¿Por qué sentimos más dolor por la noche?

Los voluntarios del estudio permanecieron 34 horas consecutivas despiertos para realizar el experimento.

Científicos franceses demuestran el papel que tiene el sistema circadiano en esta mayor percepción nocturna. Algunas personas que sufren dolor a diario describen cómo este acostumbra a intensificarse por la noche. El aumento de la percepción del dolor se ha asociado clásicamente con el ciclo del sueño, es decir, cuando es de noche y estamos durmiendo. Sin embargo, un estudio de un equipo de científicos del Centro de Investigación de Neurociencia de Lyon (Francia) apunta a que es el sistema circadiano (el reloj biológico interno del organismo) quien está realmente detrás de este fenómeno, cuantificando su influencia en un 80% y cifrando la del sueño en un 20%. Los responsables de la investigación defienden “que la sensibilidad al dolor es rítmica durante las 24 horas del día y que está fuertemente controlada por el sistema de tiempo circadiano endógeno”, y muestran “el componente circadiano de la sensibilidad al dolor” mediante una función matemática.

“Que existen variaciones de la percepción del dolor durante el día es algo que se conoce”, explica a La Vanguardia Trinitat Cambras, profesora de Fisiología de la Universitat de Barcelona, que ha valorado a petición de este diario el estudio del Centro de Neurociencia de Lyon, publicado en la revista Brain. “Lo que muestran estos investigadores –prosigue– es que, efectivamente, el sueño influye, pero no es lo más importante en la percepción del dolor: pesa mucho más la variación que marca nuestro reloj endógeno”.

El sistema circadiano es una parte del cerebro que está regulada genéticamente y cuya función es generar un ritmo de 24 horas en todas las funciones del organismo. “Lo que prueba el estudio es que la sensibilidad al dolor varía como consecuencia de la actividad de este sistema”, asevera Cambras.

Para llevar a cabo su análisis, los investigadores escogieron a 12 hombres, de entre los 20 y los 29 años, que reunían toda una serie de requisitos previos para que los resultados fueran válidos. Entre éstos, no padecer trastornos neurológicos o del sueño. Tampoco podían haber realizado un viaje transmeridiano ni cambiado de trabajo (con una posible modificación del horario) en los tres meses anteriores al estudio. Además, antes de iniciar el experimento, se les pidió que durante las tres semanas previas mantuvieran un horario regular de sueño/vigilia (hora de acostarse y levantarse).

Cumplidos todos los requisitos, se les sometió a una rutina constante de 34 horas en la que debían estar despiertos dentro de un ambiente controlado (laboratorio) libre de señales de tiempo externas (relojes, televisión, teléfonos inteligentes, internet, visitantes, luz solar…). Solo mantuvieron contacto con los miembros del personal, entrenados específicamente para evitar dar información sobre la hora del día o la naturaleza del experimento.

Se les pidió que estuvieran despiertos (a partir de su hora habitual de vigilia y durante 34 horas consecutivas, para eliminar de la ecuación la influencia del ciclo del sueño) con un mínimo de esfuerzo físico. En todo momento, permanecieron semi recostados (postura de 45°) en un cama, con unos niveles de luz halógena ambiental muy tenue y constante e ingiriendo pequeños refrigerios y líquidos equicalóricos a intervalos de una hora para mantener una ingesta nutricional equitativa y una hidratación estable durante el ciclo circadiano.

A todos ellos, y cada dos horas (durante las 34 que debían de permanecer en vigilia), se les aplicó un estímulo térmico (calor) para medir la sensibilidad al dolor en distintos momentos del día.

Los resultados muestran una coincidencia entre la curva de intensidad del dolor (con el momento álgido situado entre las 3 y las 4.30 horas de la madrugada) con la actividad del sistema circadiano. Es mediante una función matemática que los investigadores han mostrado ese paralelismo.

Christian Dürsteler, jefe de sección de la unidad del dolor del hospital Clínic de Barcelona, siempre había sospechado que el ritmo circadiano era la principal explicación a que las personas que sufren dolor lo percibieran más por la noche, “sobre todo las que sufren dolor crónico relacionado con la inflamación (como las artritis reumatoides)”, explica. Es en este sentido que juzga “interesante” el trabajo de los investigadores franceses, aunque observa algún problema metodológico, “como que solo se ha usado el modelo sensorial de calor, dejando aparte el dolor por presión y el químico, o que no hayan incluido a pacientes con dolor de más edad”.

Pero admite que la investigación es “un principio que permitirá en el futuro, con nuevos estudios, avanzar en la investigación de la fisiología del dolor, caracterizando la interconexión entre áreas cerebrales responsables del ritmo circadiano y las que procesan el dolor”.

Ahora mismo, Dürsteler no ve “clara” la aplicación clínica que podría tener el hallazgo, ya que entiende que “es difícil cambiar la forma de tratar a los pacientes sabiendo­ que puedes tener un pico­ de dolor a las tres de la ma­ñana”. “Supongo que en el futuro habrá otras maneras de administrar la medicación”, arguye. “Por ejemplo –detalla–, con parches que liberen de manera variable el fármaco, o sistemas electrónicos de bombas subcutáneas, que ya se usan en pacientes con cáncer. Habrá­ métodos muy sofisticados, lo que permitirá concentrar la aplicación de fármacos en un momento­ concreto del día”, concluye. Josep Fita

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