La hidroxicloroquina

Por Antoni Trilla, epidemiólogo del hospital Clínic de Barcelona.

El tratamiento más controvertido de la Covid-19 ha sido hasta ahora la hidroxicloroquina, un fármaco antiparasitario empleado desde hace tiempo contra la malaria e indicado también en el tratamiento de algunas enfermedades autoin­munes (lupus, artritis reumatoide). En pruebas de laboratorio se le supone una actividad capaz de modular la respuesta inmune y una cierta actividad antiviral. La hidroxicloroquina se empleó ya inicialmente en China en pacientes con la Covid-19, a menudo asociada a azitromicina y/o antivirales. Posteriormente dio el “salto a la fama” tras un estudio más que cuestionable metodológicamente realizado en Francia, para acabar siendo promocionada y empleada preventivamente por Donald Trump. Como cualquier fármaco, puede tener efectos adversos. En este caso, hay riesgo de toxicidad sobre el corazón: arritmias que en determinados pacientes pueden ser muy graves e incluso causar la muerte.

En todo el mundo (en España también y mucho) se ha empleado la hidroxicloroquina como prevención o tratamiento de la Covid-19. El problema fundamental es que no sabemos todavía si, de acuerdo con las normas establecidas por la investigación biomédica de calidad, la hidroxicloroquina debe ser utilizada o no, en qué pacientes con Covid-19 y bajo qué circunstancias. Estamos a la espera de los resultados de varios ensayos clí­nicos en curso actualmente en todo el mundo. En esta situación, la revista The Lancet ha publicado un estudio (no un ensayo clínico) en el que se analizan datos internacionales de 90.000 pacientes con Covid-19, de los que 15.000 habían recibido hidroxicloroquina o cloro­quina. Los pacientes que recibieron ­hidroxicloroquina no tenían mejor evolución que los que no la recibieron y en cambio presentaron mayor mortalidad hospitalaria (de un 22% a un 45% más). Unos días después, la OMS, que dispone de los registros del ensayo mundial So­lidarity (un grupo recibe hidroxicloroquina) emitió un aviso de suspensión del uso del fármaco mientras el Comité de Monitorización de Datos de Seguridad (DSMB) del ensayo analiza los datos y se pronuncia al respecto. El enredo podría ir a peor. Han surgido dudas razonables al respecto de la veracidad y condiciones de obtención de los datos incluidos en la publicación de The Lancet, que tanto los autores del estudio como los editores de la revista deben clarificar lo antes posible. Tenemos un problema y necesitamos soluciones válidas.

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