¿Cómo afecta a nuestra salud el calor extremo?

Con la subida de las temperaturas se dan distintos efectos en el organismo para intentar adaptarnos, pero al superar ciertas cifras podemos llegar a sufrir un golpe de calor.

Aunque este verano el calor ha tardado en llegar, lo ha hecho con fuerza y sin haber acabado la primera quincena de julio ya estamos atravesando la segunda ola de calor. ¿Nos espera los meses que tenemos por delante lo mismo que el año pasado? La situación no pinta nada bien: La Agencia Española de Meteorología (Aemet) lleva días advirtiendo de esta segunda ola, con subidas de temperaturas que se notarán especialmente a partir de mañana, llegando a los 45 grados en muchas zonas. Si bien algunos modelos térmicos pronostican 48,2 grados en Sevilla, lo que vendría a superar el actual récord nacional (47,6 grados en La Rambla, Córdoba).

Obviamente estas temperaturas tan extremas son perjudiciales para la salud, llegando a provocar la muerte por golpes de calor, entre otras cosas. Así, según los datos del Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), que estima el exceso de mortalidad, en el mes de junio y la primera semana de julio ha habido en España más de 300 muertes atribuibles al calor (319 hasta el viernes).

Según datos del INE, de mayo a agosto de 2022 se registraron 157.580 defunciones, un 20,5% más que en los mismos meses de 2019, antes de la pandemia por covid. El incremento se dio principalmente entre las personas mayores de 75 años y la causa fue el calor (destacando el golpe de calor y la deshidratación), además de la covid, entre otras.

Alteración de la función cardiaca por el calor

Para medir precisamente qué capacidad de adaptación al calor tiene el organismo, un equipo de investigadores de la Universidad de Roehampton (Reino Unido) liderado por Lewis Halsey está realizando un estudio en el que han descubierto que la tasa metabólica en reposo -la cantidad de energía que consume el cuerpo humano para seguir funcionando- es mayor en determinadas circunstancias de humedad y temperatura (entre 40 y 50 grados).

Han visto también que la función cardiaca se ve afectada y esos efectos son diferentes entre personas dependiendo de la edad, el estado físico y el sexo. Su objetivo es determinar si estas importantes respuestas fisiológicas pueden llevar a una adaptación al calor o suponer un estrés para el cuerpo.

Antes de llegar a la muerte se van produciendo una serie de efectos en nuestro organismo. Por encima de los 38º empezamos a funcionar mal, por eso cuando suben las temperaturas el organismo se activa para eliminar parte de ese calor y mantenernos en unas cifras aceptables: aumenta la frecuencia cardiaca para bombear más sangre hacia la piel y las extremidades, las arterias se vasodilatan (por eso nos enrojecemos) y se activa el sudor para enfriarnos.

Esos son nuestros mecanismos de defensa, pero el cuerpo tiene un límite de exposición al sol y cuando el calor empieza a acumularse en el organismo la vasodilatación hace que nos baje la tensión, nos sintamos cansados y, si no ingerimos suficientes líquidos (sobre todo agua), podamos deshidratarnos. Si hay problemas de circulación y varices, puede haber pesadez y hormigueo en las piernas, así como tobillos inflamados.

Efectos en piel, comportamiento y otros órganos

El calor afecta, asimismo, a los que tienen dermatitis y también puede producir en la piel un sarpullido (miliaria o sudamina). “En los niños sufre la piel en la zona de los pañales, por el roce y la humedad. En la miliaria el sudor acaba obstruyendo los poros de las glándulas sudoríparas y se forma el sarpullido, con pequeños puntitos rojos a veces, sobre todo en las zonas donde hay pliegues: ingles, codos, axilas, cuello, pecho y hombros”, subraya José David Torres Peña, internista adjunto del Hospital Reina Sofía de Córdoba y miembro de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI).

Debido a las denominadas noches tropicales cuesta conciliar el sueño, lo que impide descansar y afecta al comportamiento (estamos más irascibles). “Si además se tienen patologías mentales de base se pueden ver agravadas y descompensarse”, explica Torres. “Si pasamos de 38 grados se produce una mala regulación del funcionamiento neuronal, con cambios leves y transitorios de la memoria y el razonamiento, y si alguien con un problema de salud mental es sometido a un estrés neurológico y no funcionan bien los neurotransmisores, se puede exacerbar su problema, por ejemplo, alguien que tenga ansiedad”.

Mediante el sudor el cuerpo seguirá intentando enfriarse, por lo que la sangre que va a la piel dejará de estar disponible para otros órganos: los riñones dejarán de filtrar bien, el corazón se verá afectado porque tiene que trabajar a mayor ritmo y el cerebro se quedará sin sangre y, por tanto, sin oxígeno. Es lo que sucede en los golpes de calor, que son básicamente un colapso del sistema circulatorio, y puede derivar en fallo multiorgánico.

Qué nos puede pasar de lo más leve a lo más grave

Aunque depende de la edad y las comorbilidades, la mortalidad tras sufrir un golpe de calor puede ser superior al 70%, apunta Torres. Pero hasta llegar ahí se pasa gradualmente por otras manifestaciones. Cuando el calor se va acumulando sufrimos el agotamiento por calor debido a la bajada de la tensión y la disminución del agua y los electrolitos en nuestro organismo. “Hay debilidad, mal estado general, puede haber incluso ciertos mareos, dolor de cabeza, cansancio y notar taquicardia y síntomas como si uno tuviese, por ejemplo, un episodio de ansiedad”, detalla Torres.

“El estrés térmico básicamente lo suelen sufrir los trabajadores, como los que murieron el verano pasado. Cuando se hace un trabajo continuo con cierto grado de actividad física y le añades la acumulación de calor de forma continua (el que barre en la calle, el que descarga un camión o el que está en un horno o fundición), lo que ocurre es que hay una sobrecarga fisiológica de nuestro organismo, aumenta la temperatura y ya los mecanismos que hemos comentado anteriormente de la sudoración y la vasodilatación van fallando. Cuando fallan, la temperatura va aumentando hasta que supera los 38º y se empiezan a producir daños. Si la temperatura del cuerpo excede incluso los 40 grados se puede sufrir un golpe de calor”, recalca Torres.

.No hay que olvidar la deshidratación. “Hay muchos grados, desde lo más leve que puede ser cuando, por ejemplo, trabajas en una oficina toda la mañana y no bebes líquidos. Se experimenta sed y un poco de cansancio, pero se soluciona ingiriendo agua. Y ojo en la playa que muchas veces, además de estar expuestos al sol, bebemos alcohol y éste deshidrata”, advierte el internista. “La situación más extrema se da con esos pacientes mayores que tienen un poco de demencia, empiezan con una infección y dejan de comer y beber, se van deshidratando y perdiendo electrolitos. Llegan al hospital con deterioro de conciencia y pueden acabar en situaciones de coma, que dependiendo del grado es reversible tras hidratación y soporte hospitalario”, hace hincapié Torres.

Y por fin, el temido golpe de calor, lo peor que puede suceder como consecuencia de estas altas temperaturas, con calambres, convulsiones y fallo generalizado de diferentes órganos.

Poblaciones más vulnerables

Aunque toda la población en general se ve afectada, con las particularidades de los enfermos crónicos y los trabajadores expuestos a fuentes de calor, hay grupos que son mucho más vulnerables a las altas temperaturas. Los síntomas no son diferentes al resto de la población, pero pueden sufrirlos con una menor exposición al calor.

Niños y lactantes

Su sistema termorregulador no está completamente desarrollado y además son más vulnerables porque tienen mayor sudoración y exposición al exterior, en palabras de Valero Sebastián Barberán, pediatra de Atención Primaria en Valencia y miembro del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría (AEP). “El niño tiende a perder mucho líquido porque su cantidad de glándulas sudoríparas es mucho mayor en comparación con el adulto al tener una superficie corporal muy pequeña. Tienen mucha pérdida por evaporación y se descompensan rápidamente”.

La hidratación es fundamental para prevenir esas situaciones de deshidratación y golpes de calor. “Hay que obligarles a beber agua”. En el caso de los lactantes, la sudoración es la misma que en el niño y el adulto, por lo que hay que evitar que se deshidrate, lo hacen más rápido, explica el pediatra. “En caso de aparecer apatía y decaimiento, hay que rehidratar y acudir inmediatamente a urgencias porque un lactante corre mucho más peligro que un niño”.

Mayores

En este caso, “la mayor vulnerabilidad a las temperaturas elevadas viene determinada por las alteraciones que se producen en el centro termorregulador, generando una menor sensación de calor, lo que eleva su riesgo de experimentar golpes de calor”, señala Francisco Tarazona, geriatra y vocal de la Junta directiva de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).

El especialista añade que disminuye la percepción de sed, lo que conlleva un alto riesgo de deshidratación, que es aún mayor “en los que presentan enfermedades neurodegenerativas y crónicas que condicionan la prescripción de fármacos que favorecen esa deshidratación, como los diuréticos. No deben abandonar la medicación, pero sí extremar los cuidados y asegurar una correcta ingesta de líquidos”. Según Tarazona, los mayores -especialmente aquellos con trastornos cognitivos y comorbilidades- presentan mayores tasas de mortalidad y tienen más riesgo de presentar las manifestaciones más graves del golpe de calor, como el fallo multiorgánico y el shock hipovolémico.

Embarazadas

La gestante tiene ciertas peculiaridades por el hecho de estar embarazada, como son unos mecanismos de adaptación fisiológica ya que el embarazo es una sobrecarga para el organismo de la mujer: aumenta el volumen de sangre, que prácticamente se tiene que duplicar para asistir todo el riego del útero, la placenta, el cordón umbilical y el feto. Eso ya supone más trabajo para el corazón y esta sobrecarga hemodinámica hace que la madre tenga menos recursos para defenderse frente a un golpe de calor, ya que el corazón de la embarazada no puede alcanzar cierto ritmo para enfriar su organismo.

Hay que añadir que ya de base la gestante ve aumentada su temperatura basal y suda más (por lo que tiene más riesgo de deshidratación), sobre todo en el tercer trimestre. Además, tiene hipotensión -que puede llevarla a sufrir desmayos o lipotimias- y por adaptación fisiológica se disminuye la capacidad respiratoria ventilatoria. Rocío R.García-Abadillo

También te podría gustar...