Carlos López-Otín, biólogo molecular: “No conocía mi vulnerabilidad, pero empiezo a ver el fin del eclipse y el final del silencio”

El científico español publica su última pieza literaria, ‘Egoístas, inmortales y viajeras’ (así son las células del cáncer), este mes de diciembre.

Casi a modo de ‘flechazo’, lo primero que destella en la entrevista que Carlos López-Otín concede es una sonrisa cruzada, “clave definitiva de la vida”, entrenando el cigomático mayor y el risorio, dos de sus “músculos favoritos”, confiesa. Un sano hábito que lleva practicando 63 brillantes años, a pesar de las inevitables “fuentes de toxicidad, incluida la humana”. Su especialidad: la transformación maligna de las células, en la que se ha volcado sin excusas, sin remilgos, con todo su afán por entender, por aportar, por divulgar y con la completa convicción de que ese era su ikigai, su propósito.

Explicar quién es él debería ser una pregunta de fácil respuesta. Uno de los científicos europeos más relevantes, con mayor impacto en el estudio de los misterios moleculares que esconden el cáncer y el envejecimiento. De hecho, se ha convertido en uno de los grandes conocedores de una rara enfermedad por la que los niños se convierten en ancianos (la progeria). Ha descifrado cientos de genomas de pacientes con algún tipo de tumor, ha descrito nuevos genes del ser humano, ha publicado sus trabajos en las revistas científicas más prestigiosas (más de 500 artículos) y obtuvo el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal, entre otros reconocimientos y muchos más logros.

Sin duda, es una eminencia española muy reconocida en la ciencia mundial y más allá de ese escenario, López Otín es un claro ejemplo de que las Ciencias y las Letras no son antónimas, de que no existe enemistad alguna entre la genética y la filosofía, los números y los sentimientos, las ecuaciones y las divagaciones, los resultados y la intuición… El científico sabiñaniguense (nació en Sabiñánigo, la puerta del Pirineo Aragonés, en la provincia de Huesca), cierra los ojos y viaja “al infinito”. Un trayecto sin barreras que, en medio de una etapa de sombra, silencio e introspección, le lleva directo a la creación. Une una palabra a la siguiente sobre un papel detrás de otro y voilá: nace la ‘Trilogía de la Vida’, en menos de tres años. La última pieza literaria, Egoístas, inmortales y viajeras (así son las células del cáncer), ve la luz este mes de noviembre (Paidós) y con ella, Carlos (no parece asustarle la cercanía) se despoja de parte de su conocimiento del cáncer (su origen, su presente y su futuro), se abraza a la metáfora y deja huellas de su ser y sentir.

 

Estamos ante la nueva y última joya de su corona literaria. Aquí plasma una exploración del pasado, el presente y el futuro del cáncer, donde podemos observar que investigadores clave en la historia de la Oncología están marcados por el caso de un paciente en concreto que cambia “voluntades, destinos y vidas”. ¿Se podría afirmar que para Carlos López-Otín, Adán ha sido su inspiración?

La empatía hacia personas concretas me ha motivado y me ha movido siempre. Nunca conocí a Adán, pero nunca lo olvidé ni lo olvidaré. Es la primera vez que sentí tan potente la vulnerabilidad de un ser humano que ni siquiera había tenido tiempo de soñar sus sueños. Fue hace más de 20 años, cuando él tenía 17. Le habían diagnosticado un cáncer de hígado en una fase muy avanzada y la medicina pronunció tres palabras terribles: “Nada que hacer”. Aún no habíamos completado nuestro análisis de genes y Adán murió, el 23 de diciembre. Desde entonces, no ha habido ni una sola Nochebuena en la que no recuerde con profunda emoción su breve vida. Adán cambió la manera de afrontar mi actividad científica para siempre.

 

Han pasado más de 20 años. Con los avances alcanzados durante estas dos décadas, ¿ahora habría podido sobrevivir Adán?

Desde luego, habría sido capaz de sobrevivir el tiempo suficiente para tener sus primeros sueños, haber ido a la universidad y haber luchado por su vida. No sé si se hubiera curado porque cuando llegamos, era ya tan tarde, que “nada que hacer”, tres palabras terribles. Creo que, a día de hoy, habría sobrevivido.

 

No sólo fue su familia la que llamó a sus puertas en busca de ayuda. Gracias a la primera consulta genómica social del mundo que impulsó en la Universidad de Oviedo hace más de 30 años, muchas personas han podido acudir a usted para seguir luchando por un ser muy querido afectado por cáncer. ¿Hasta qué punto era importante mantener ese hilo con los pacientes? ¿Podría llegar a suponer cierta presión?

Para mí, la actividad científica de toda mi vida sólo ha tenido sentido si tenía un componente social. En el momento en el que construí mi primer laboratorio, hace 38 años, nunca más trabajé en algo que no fuera con una implicación profundamente social. Me pareció un regalo tener la oportunidad de usar la ciencia como instrumento para mejorar mi propio entorno. Qué mejor que un lugar pequeño para esto. Por eso no quise nunca irme a ningún otro sitio. Así, podía dar clase de biología molecular al panadero, al que me echa la gasolina… Tantos y tantos casos. Ese compromiso social no es una presión, sino un regalo.

Se produce un silencio evocador y el científico español comparte con nosotros un ejemplo de esos regalos de vida que le quedan marcados en su ADN emocional.

Ayer cené con uno de los dos protagonistas de una singularidad médica extraordinaria: el síndrome de Néstor y Guillermo, los dos únicos seres humanos que tenían esta enfermedad [con 10 años se quedaron sin pelo, apenas crecían, tenían arrugas en la piel y los huesos eran tan débiles como los de una persona de 80 años]. Los dos llamaron a la puerta con sus madres. Después de analizar sus genomas, no era progeria. Había que ponerle nombre y me pareció que el más oportuno era el suyo. La vida les había unido una misma mutación entre tres mil millones de posibilidades, pues esta asombrosa cifra es la que corresponde a los componentes de nuestro genoma en cada una de nuestras células.

“Adán, que falleció a los 17 años por un cáncer, cambió la manera de afrontar mi actividad científica para siempre”

 

Escucharle es entender la importancia de estos regalos de vida.

Los siento continuamente. Con los pacientes, las familias, las personas que murieron… Son parte de mi vida, mis mejores artículos científicos.

 

Forman parte de esa felicidad que en varias ocasiones ha señalado que le ha acompañado durante casi la totalidad de su vida, exceptuando los últimos tres años, después de que una campaña de acoso y descrédito científico le golpeara (en 2018) e hiciera tambalear sus cimientos como nunca imaginó que sucedería. ¿Cómo ha cambiado este capítulo a Carlos López-Otín?

Durante casi 60 años percibí la vida como un ejercicio continuo de bienestar emocional. Todo me provocaba este bienestar y casi nunca había percibido la perversión humana y de repente me llegó un huracán de perversión a un nivel inconcebible y hasta que pude acomodarme, me costó mucho, mucho, mucho y todavía me cuesta. Por eso en este libro, las dedicatorias son todas muy especiales, tienen su lectura.

 

¿Cuál sería la lectura de la dedicación expresada en la página 19: “A las perlas de Baily, por lo que anuncian”?

Marcan el fin del eclipse. Yo definí mi situación como un eclipse del alma. Perdí mi Ikigai, que es el propósito de vida, y me convertí en zafiro de mar, que es invisible a voluntad. Sólo he salido de mi ecosistema para cumplir con la ‘Trilogía de la vida’, pero sigo ajeno a casi absolutamente todo. En este tiempo, he trabajado en Francia, Italia, he escrito artículos fundamentales para mí, el más importante: Las claves de la salud, publicado este año, en el que se describió por primera vez la salud en positivo. La salud siempre es la ausencia de enfermedad y no puede ser una definición negativa, sino algo positivo que nos ayuda a construir cada instante de vida y eso lo hacemos por pura suma de características celulares, moleculares, ocho en total. Reducir los millones de artículos de medicina y biomedicina a ocho claves. Es todo un ejercicio de introspección, tan grande que para mí es mi último trabajo

 

¿Último?

Habrá alguno en el ámbito experimental que todavía publique, pero para mí, este es el último porque llega el momento de la introspección. He publicado unos 500 artículos científicosen revistas internacionales. Es muy difícil ya hacer una contribución inovadora… Necesitas varios años de trabajo. Para este trabajo de las claves de la salud, necesité dos meses para escribirlo y 62 años para pensarlo…

 

Con esta idea, resume la relevancia que para usted tiene dicho artículo, aunque sin duda, su trayectoria está repleta de logros que cambian las vidas de las personas y de alguna manera, este era su ikigai hasta el punto de inflexión que usted mismo marca: la perversión humana que sufrió en 2018. ¿Cómo está Carlos ahora?

Por una serie de actividades que me procuran una nueva visión de la vida, de repente cambio y acepto que no voy a recuperar mi ikigai, y voy a usar como nueva palabra esencial el shoganai, la vida es así. Me refugié en el shoganai y noté que pasa el eclipse y aparecen las perlas de Baily, unos puntos brillantes que rodean la corona lunar y señalan que va a acabar el eclipse. A eso es a lo que quiero dedicar este libro y significa que ya se terminó esa etapa y por tanto la trilogía debe llegar a su fin. Laura Tardón (DM)

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