Cada vez más frecuente y menos privada OVODONACIÓN

Donantes y receptoras hablan abiertamente en las redes de esta práctica, ilegal en muchos países. Casi el 40% de los ciclos de fertilidad asistida pasan ya por el uso de óvulos de otra mujer.

En España se llevan a cabo más ciclos de reproducción asistida por habitante que en ningún otro país de Europa y en torno a cuatro de cada diez de esos ciclos pasan ya por la ovodonación, es decir, por implantar a la gestante un embrión generado con óvulos de otra mujer. El porcentaje crecerá en los próximos años porque las mujeres cada vez intentan ser madres a una edad más tardía. Y eso, la relativa normalización del proceso, lleva a que esté dejando de ser un tabú.

Solo hay que escribir “ovodonación” en el buscador de TikTok o de Instagram para encontrar miles de relatos en primera persona desde todos los ángulos: mujeres que se hormonan para poder donar, parejas en betaespera (las dos semanas que pasan desde que se completa un tratamiento hasta que se puede hacer una prueba de embarazo fiable), curiosos que preguntan por el duelo genético (se llama así al proceso que se pasa para asumir que no habrá vínculo genético con el hijo), historias que acaban en ecografías triunfales, historias –muchas– que acaban mal.

Las mujeres con problemas de fertilidad, muchas más que los hombres, siempre han encontrado refugios online. La diferencia es que eran conversaciones en foros muy localizados, que tenían sus propios códigos y su terminología, y ahora se trata de contenidos abiertos a cualquiera, que están cambiando la manera cómo se habla de estos temas, que ya no está tan mediatizada por el relato oficial de la propia industria de la fertilidad.

“Nadie pasaría por todo esto completamente gratis, porque sí, conlleva mierdas”, dice, por ejemplo, una tiktoker que ha donado dos veces en un vídeo titulado Donar óvulos en A Coruña. “Doné óvulos hace unos diez años. Tenía una situación precaria, cobraba en negro y necesitaba dinero. Una amiga mía lo había hecho, y no me sentí muy cómoda. En ese momento solo pensaba en los mil euros”, explica también a La Vanguardia Estrella de la Libertad Macías, que ha hablado de su experiencia pasada como donante en TikTok.

En los mensajes que generan las propias clínicas (hasta hace poco, estas también colgaban en YouTube y otras redes testimonios de sus donantes, pero la ley de Protección de Datos lo limitó) y en todo su material promocional, se incide siempre en el carácter altruista de la donación de óvulos. De hecho, la ley les impide también publicar lo que se cobra por pasar por el proceso de hormonación y donación, y esa cantidad, entre 800 y 1.100 euros, no se considera exactamente un pago, sino una compensación por las molestias, que no son pocas.

Investigadoras como Sara Lafuente, socióloga y autora del libro Mercados reproductivos (Katakrak) y Anna Molas, antropóloga de la UAB que lleva años estudiando las actitudes sociales en torno a la reproducción asistida, coinciden en que la compensación económica que se ofrece en España, una cantidad cercana al salario mínimo interprofesional, es un factor fundamental para las donantes y uno de los varios hechos diferenciales que han hecho crecer el potente sector de las clínicas de fertilidad.

“La motivación es económica en la grandísima mayoría de las donantes”, afirma Molas, que ha entrevistado a centenares de ellas en sus diversos procesos de investigación.

Lafuente, que también registró a unas 75 donantes como parte del proyecto EDNA, que se llevó a cabo en el Reino Unido, Bélgica y España, prefiere no hablar de “motivaciones” porque implica “poner el foco en las donantes y en su moralidad”. En el proyecto se preguntaba entre otras cosas para qué iban a utilizar el dinero y cuál era la relevancia. “Todas tenían claro para qué lo usarían y que sin la compensación económica no hubieran donado o no hubieran repetido. Alguna donante que en su momento se acercó a la clínica sin saber qué habría un intercambio económico, al ver lo duro del proceso y el tiempo que lleva, lo valoraba. Es clave –añade– para que existan esas donaciones. Sin la compensación, no funcionaría el sistema”.

Incluso muchas gestantes receptoras participan de este discurso. Rebeca Badía, una actriz y locutora valenciana que está contando su trayectoria hacia la maternidad en Instagram (@yosoyovomama) y en YouTube (Ovo Mamá), reconoce que cuando tenía veintipocos años –ahora tiene 42– se planteó donar óvulos. “Pero cuando vi que había que pincharse y hormonarse pensé que tampoco era tanto dinero”. A ella le parece que el término donante es incorrecto. “A mí no me han donado, yo estoy pagando algo. Y si yo dono el embrión sobrante que tengo, otra persona acabará pagando por él. Yo no digo que haya comprado a mi bebé, pero se debería utilizar otro término”.

Badía, que está embarazada de 29 semanas, recibe muchos mensajes de otras mujeres en situaciones similares. “Mi madre, que es de otra generación, a veces me dice: ‘igual no hace falta que lo cuentes tanto’”. Pero su decisión es llevar el tema con la máxima transparencia. Tiene incluso preparado un cuento para contarle a su hija cómo llegó al mundo, escrito por Noemí Catalán, una divulgadora que tiene más de 30.000 seguidores en una cuenta de Instagram (@cestalvienoemi_mamipordonacion) en la que cuenta su experiencia.

Es difícil cuantificar hasta qué punto quienes recurren a la ovodonación lo cuentan a sus propios hijos y a su entorno. El matching(buscar el máximo parecido físico entre la donante y la gestante, o la pareja si es que la hay) es una parte fundamental de estos tratamientos y tradicionalmente ha permitido a quien no quería contarlo no tener que hacerlo. Las familias con hijos sin vínculo genético o en las que solo el padre aportó el esperma están acostumbradas a escuchar comentarios del tipo: “Es igualito que su madre”.

Catalina Roig, coordinadora de ovodonación en la clínica IVI de Palma, cree que “todavía hay mucha gente que no lo cuenta”. “Todavía nos queda un largo camino para que la gente lo normalice más”, apunta. En esta entidad, un gigante del sector que tiene ahora 74 centros en nueve países, el 31,6% de los ciclos que se realizaron el año pasado pasaron por la ovodonación, y la edad media de las pacientes que optaron por esta técnica fue de 42 años.

En España no existe una edad límite para las pacientes, pero existe un consenso entre las clínicas de no tratar a mujeres de más de 50 años. ¿Llegan las pacientes informadas sobre la gran incidencia? “Depende de la edad. Entre los 40 y los 45 años todavía les sorprende cuando les diagnosticas una baja carga ovárica y les recomiendas ovodonación. En esta franja todavía encontramos bastante desconocimiento. Vie­nen chicas estupendas, divinas, y les dices que su reserva ovárica es prácticamente nula y les sorprende”, explica Roig.

Hay pacientes que se plantan ahí, y prefieren no seguir adelante con los tratamientos si tienen que renunciar al vínculo genético, aunque no está registrado el porcentaje de las que lo hacen. “También hay mucha gente que te dice: ‘a mí no me hables de ovodonación’, y al final, cuando ven que con sus óvulos no funciona, cambian de idea”.

En el centro de Roig en Mallorca, el 40% de las pacientes provienen de Alemania, un país en el que no está permitido donar óvulos. El llamado turismo reproductivo –el término está cuestionado, porque hay quien lo considera ofensivo– supone una porción cada vez más importante de la actividad del sector. Según la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), más de 12.000 de los 127.000 ciclos de reproducción asistida que se practicaron en España en el 2020, el último año con datos recogidos, fueron a pacientes extranjeras.

“Los óvulos están en el centro de la bioeconomía en España”, afirma la socióloga Sara Lafuente. “Se utilizan los óvulos de terceras partes para definir muchos problemas”, dice.

Su postura pasaría por “pinchar el globo” de la demanda de óvulos, “dar un paso atrás y resolver los problemas anteriores que generan esa demanda tan fuerte de ovodonación. Muchas de las personas que terminan con esos tratamientos no los querían, y se podrían haber evitado con políticas públicas centradas en mejorar las cuestiones de vida”. Es decir, generar condiciones para que no se retrase tanto la edad materna, de manera que sea menos necesaria y que se concentre esencialmente en el sector público. Begoña Gómez

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