¿Cambiará el concepto de muerte?

Por Federico de Montalvo Jaaskelainen, presidente del Comité de Bioética de España

La revista Nature daba cuenta recientemente de una interesante investigación llevada a cabo en el cerebro del cerdo, en la que, al parecer, se ha conseguido restaurar y conservar algunas actividades y estructuras celulares en cerebros de cerdos que habían sido decapitados cuatro horas antes. Dicho hallazgo, al margen de otras cuestiones éticas, plantea ciertas dudas acerca del propio concepto de muerte cerebral que desde hace ya varias décadas venimos manejando en gran parte del mundo. Así, podemos recordar que el poso garantista que presidió el nacimiento de la Bioética, cuyo fin era sustancialmente evitar que se reprodujeran los execrables hechos ocurridos a finales de la primera mitad del siglo XX e incluso alguna década después, encontró su excepción a los pocos años en el marco de los avances en el final de la vida, y no tanto por obra del desarrollo de los tratamientos de soporte vital, sino por el impacto científico que generó el éxito del trasplante de órganos.

El logro del Dr. Barnard en el primer trasplante de corazón llevado a cabo en diciembre de 1967, provocó que surgiera la necesidad, para que el logro redundara en beneficio de la colectividad, de repensar la propia definición clínica, ética y legal de muerte. El cambio de paradigma fue tan evidente que un modelo asentado en la defensa del individuo, en el que el interés colectivo no podía justificar su sacrificio, transitó hacia la satisfacción de este último, al menos, en lo que a la donación y trasplante de órganos se refería. Como explicara uno de los padres de nuestra Bioética, el profesor Diego Gracia, el objetivo directo del cambio científico operado no era tanto definir la muerte como resolver los problemas prácticos que planteaban los trasplantes y la investigación al amparo del criterio de la muerte cardiopulmonar, que se mostraba mucho más restrictivo en orden a facilitar el impulso y desarrollo de una política sanitaria de donación y trasplante de órganos.

El éxito del primer trasplante planteó la necesidad de redefinir la muerte, no porque dicho éxito de la ciencia de la ciencia abriera nuevas incógnitas acerca de la definición legal preexistente, sino porque tal éxito provocó la necesidad de impulsar los trasplantes, para lo que era necesario un concepto de muerte más flexible o compatible con los trasplantes.

Sin embargo, esta redefinición de la propia muerte no parece que pueda darse por conclusa, como nos lo demuestran las nuevas incógnitas que nos abre ahora este experimento BrainEx. En todo caso, habrá prudentemente que esperar porque, aunque en la mitología, la hechicera Circe fuera capaz de transformar a los hombres de Ulises en cerdos, del cerdo al hombre hay aún un trecho.

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