Trans: ¿a qué consiente un niño/a?

Por José R. Ubieto, psicólogo clínico

El anteproyecto de ley trans y LGTBI supone un avance muy importante para los derechos de las personas y para una sociedad que mayoritariamente apuesta por la diversidad y rechaza cualquier forma de segregación. No nacemos heterosexuales u homosexuales, como tampoco nacemos refugiados o bipolares o cualquier otra condición posterior. Las personas somos diversas porque somos singulares en nuestras respuestas, eso nos hace inclasificables. Es nuestra libertad (siempre limitada) de elegir y, al tiempo, nuestra responsabilidad por sus consecuencias.

Esta ley permitirá a cada persona rectificar el registro en relación a sus condiciones de partida, anatómicas (sexo). Una segunda oportunidad para renacer con otra identidad más acorde a sus deseos. Eso incluye niños y niñas, con matices. Pero, ¿puede alguien consentir a algo en lo que apenas acaba de iniciarse como púber? Hace años que se implementan programas de educación sexual en las escuelas, la mayoría con éxito, pero, también con límites: no han evitado que la violencia machista persista en algunos jóvenes. No es un defecto de esos programas, es una consecuencia lógica del hecho que la sexualidad no se puede enseñar como las matemáticas, hay una dimensión de experiencia que no se transmite, hay que vivirla y hacerlo con el estilo y tiempo que cada cual necesita, nunca hay la buena y única manera. Es difícil pensar que con 12,14, e incluso 16 años, alguien pueda saber realmente a qué consiente, más allá de que racionalmente entienda los términos legales. Hoy ya hay destransicionadores, como la joven Keyra Bell, que pocos años después lamentan sus consecuencias, algunas muy dolorosas: esterilidad, hormonación crónica, insatisfacción con el cambio. El Tribunal Supremo británico analizó su caso y condenó al sistema público de salud por no tomar en cuenta la particularidad del consentimiento en menores, imputándole, además, falsedad en sus afirmaciones sobre la seguridad de los tratamientos ofrecidos, por carecer de evidencia alguna.

¿No debería hacernos reflexionar que el 75% de las propuestas de transición sean de mujeres que quieren ser hombres? ¿No tendrá algo que ver con las vivencias –ya en la adolescencia– de desigualdad de las mujeres? Cada momento de concluir requiere de un tiempo previo y suficiente para comprender, siempre singular para cada persona. Hay estudios que muestran que entre el 60% y el 85% de los niños cambiaron de opinión sobre su transición antes de los 16 años. Precipitarnos a partir del instante de ver (esa primera intuición que podemos tener) es la lógica que nos propone el mercado para satisfacernos con sus objetos, sin pensar si los queremos o necesitamos. Para la vida, conviene otra secuencia y otro tempo. Proteger a los niños y niñas, tan sensibles a las presiones ambientales, es también darles el tiempo de elegir sabiendo algo más de las consecuencias.

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