¿Quién teme a la expansión económica feroz?

Los países en crecimiento suelen entrar en cuellos de botella temporales que encarecen algunos productos

Por Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021.

“Si llueve, a lo mejor tenemos que abrir el paraguas”, dijo la secretaria del Tesoro. “¡Dios mío, está pronosticando una lluvia torrencial!”, gritaron aterrados los expertos. Bueno, eso no es exactamente lo que dijo Janet Yellen el martes. Sus palabras exactas fueron: “A lo mejor los tipos de interés tienen que subir un poco para asegurarnos de que nuestra economía no se recalienta”. Su comentario no fue un pronóstico, y ciertamente no fue un intento de influir en la Reserva Federal, era simple sentido común.

Aun así, no debería haberlo dicho. La tradición dicta que la principal autoridad económica del país no debe pronunciar siquiera las verdades económicas más obvias, aunque sea una economista de primera, no sea que se interpreten como señales de… algo. Y los medios financieros se apresuraron a declarar que su comentario constituía un desvío escandaloso respecto a la línea oficial de la Administración de Biden.

Por suerte, el furor ha sido efímero y, como sucede con estas cosas, el momento de sinceridad de Yellen no ha sido para tanto. Las expectativas que el mercado tiene de la política monetaria futura, reflejadas en los tipos de interés a largo plazo, no parecen haberse movido un ápice en los últimos dos meses. Pero el calentón de los medios de comunicación formaba parte de un fenómeno más amplio: muchos analistas no parecen ser capaces de poner en perspectiva los baches y las incidencias pasajeras de una economía en expansión.

Está claro que hemos iniciado una expansión, aunque la inmensa mayoría de los republicanos afirme creer que la economía está empeorando. Todo indica que se avecina el año de crecimiento más rápido desde “el amanecer de Estados Unidos” en 1983-1984. ¿Qué puede haber de malo en ello?

Pues bien, las economías en expansión entran a menudo en cuellos de botella temporales, que se traducen en un encarecimiento de productos concretos. Por ejemplo, el precio del cobre se triplicó entre diciembre de 2008 y febrero de 2011, a pesar de que la recuperación de la recesión de 2008 fue bastante lenta. El problema del cuello de botella es especialmente grave ahora, porque la contracción causada por la pandemia ha sido extraña y también lo es la recuperación que ahora está en marcha. El gasto de los consumidores no ha seguido los patrones que presenta en una recesión convencional, y como consecuencia de ello, ahora nos enfrentamos a perturbaciones inusuales.

La gran escasez de madera es un ejemplo. Lo normal es que el gasto en vivienda se desplome durante una recesión. Sin embargo, en 2020, con mucha gente encerrada en casa, los estadounidenses derrocharon en reformas domésticas. Los productores de madera, que no lo vieron venir y redujeron la producción, se quedaron sin capacidad suficiente para satisfacer la demanda, por lo que el precio de los tablones se ha puesto por las nubes.

¿Pero suponen estos cuellos de botella un riesgo para la recuperación general? ¿Son una señal de que los políticos tienen que dar marcha atrás? No. La lección abrumadora de los últimos 15 años es que las fluctuaciones de los precios de las materias primas a corto plazo no dicen nada acerca de la inflación futura, y que las autoridades políticas que reaccionan exageradamente ante estas fluctuaciones —como el Banco Central Europeo, que subió los tipos de interés en medio de una crisis de deuda porque le asustaron los precios de las materias primas— siempre acaban lamentándolo.

Por tanto, la escasez de materias primas no es un gran problema. ¿Y qué hay de la escasez de mano de obra? Muchos empresarios se quejan de que, a pesar del paro generalizado, no encuentran suficientes trabajadores; los economistas de la Reserva Federal creen que la tasa de desempleo real sigue cerca del 10%. ¿Hasta qué punto debemos tomarnos en serio estas quejas?

He estado leyendo detenidamente un informe titulado La dificultad de las pequeñas empresas estadounidenses para encontrar trabajadores cualificados. El informe resume un sondeo llevado a cabo por Gallup y Wells Fargo, el cual halló que la mayoría de las empresas afirman que les resulta difícil contratar trabajadores. Pero no he mencionado la fecha que llevaba el informe: 15 de febrero de 2013, un momento en el que por cada vacante había tres desempleados. El hecho es que no había escasez de trabajadores cualificados, y la tasa de desempleo siguió bajando durante otros siete años.

Entonces, ¿cuál era el problema? En una economía deprimida, los empresarios se acostumbran a cubrir las vacantes con facilidad. Cuando la economía mejora, la contratación se vuelve un poco más difícil; en ocasiones, hay que atraer trabajadores ofreciéndoles mejores salarios. Y esto los empresarios lo experimentan como una escasez de mano de obra. Pero así es como se supone que funciona la economía. Que los empresarios compitan por los trabajadores subiendo salarios no es un problema, es lo que queremos. ¿Significa todo esto que la expansión económica no tiene límites, y que la inflación nunca puede convertirse en un problema? Por supuesto que no. Pero las escaseces puntuales de unas cuantas mercancías y un mercado de trabajo sólido no son razones para que nos entre el pánico.

Solo deberíamos preocuparnos si vemos una de estas dos cosas: pruebas de que las expectativas de una inflación prolongada se están integrando en las decisiones sobre la fijación de precios, o pruebas de que la economía se está recalentando en exceso.

Por ahora no hay indicios del primer problema en potencia y al parecer el Gobierno de Biden está vigilando atentamente esos indicios. En cuanto al recalentamiento, sí podría ser un problema. Ya hemos aprobado un gran paquete de ayudas económicas, y las familias disponen de enormes colchones de ahorro. De modo que es posible que se produzca una expansión excesiva. Pero si eso ocurre, la Reserva Federal puede pisar los frenos, y creo que los pisará. Algo que yo sí puedo decir porque, por suerte, no ejerzo un cargo público.

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