Lecciones de la crisis económica

¿Hemos aprendido algo del terremoto financiero por el virus que apareció en marzo pasado? No está de más aprovechar este cambio de época para evolucionar tanto de forma individual como socialmente.

Aunque llevaba décadas gestándose, de un día para otro los medios de comunicación anunciaron que el mundo había entrado en crisis. Algunos expertos profetizaron que este hecho iba a tener consecuencias apocalípticas para la mayoría de los ciudadanos. Y lo cierto es que así ha sido desde principios de 2020. Curiosamente, la palabra “apocalipsis” viene del griego apokálypsis, que significa “revelación” y también “quitarse el velo de los ojos”. Es decir, el momento de afrontar la verdad sobre lo que está sucediendo.

Por su parte, la palabra “crisis” comparte la misma raíz etimológica que “crisálida”, la cual alude a la “metamorfosis” y a la “transformación”. Y eso es precisamente lo que le está sucediendo al sistema económico: está inmerso en un gigantesco proceso de metamorfosis acelerado por las circunstancias sanitarias. De hecho, nos encontramos ante un momento histórico extraordinario. Somos testigos de excepción de un cambio de época inesperada.

En este contexto, el cambio y la reinvención han dejado de ser una opción; se han convertido en una necesidad para poder adaptarnos y prosperar en la nueva realidad personal, social, política, laboral y económica emergente llegada con la aparición de este coronavirus. Lo que está en juego es nuestra capacidad de evolucionar como individuos y como sociedad. Para lograrlo, es fundamental tomar nota de las lecciones psicológicas que esta crisis ha venido a enseñarnos.

– Aceptar lo efímero de las cosas. No hay nada que dure para siempre. Todos los sistemas sociales, políticos, financieros y energéticos que hemos ido creando han tenido un origen, un punto de máxima expansión, un proceso de decadencia y su consiguiente transformación. No es que hayan desaparecido ni se hayan destruido, sino que han ido mutando por ­medio de las denominadas “crisis sistémicas”. Es decir, las que remodelan los fundamentos psicológicos, filosóficos, económicos y ecológicos del sistema. Y como cualquier otro cambio brusco, suele venir acompañado de cierto grado de inestabilidad, conflicto y violencia.

En este documental se muestra a los responsables de la crisis financiera, cuya codicia y avaricia generaron un efecto dominó devastador sobre las economías de todo el mundo. La película ofrece una visión de cómo los individuos pueden tomar las riendas y no depender tanto del Estado, de la banca y de las corporaciones.

– Abrirse a lo nuevo. Es una ley tan inmutable como eterna: tarde o temprano, lo viejo muere, dando paso a lo nuevo. Si bien es cierto que están desapareciendo sectores, compañías y trabajos industriales, en paralelo están emergiendo otros nuevos, relacionados con la creatividad y la innovación. Además, gracias al imparable avance de las nuevas tecnologías, poco a poco se va transformando radicalmente cómo hacemos lo que hacemos, facilitando que logremos hacer cosas que no sabíamos que podíamos hacer. Así es como los sectores, empresas y profesiones de éxito pasado se ven superados por nuevas propuestas más eficientes y de mayor calidad que las destruyen. A este fenómeno se le denomina “destrucción creativa”, un término popularizado en el siglo XX por Joseph Schumpeter.

– Vencer el miedo al cambio. El mayor freno para cambiar es el temor a soltar lo que creemos que tenemos. En eso consiste precisamente salir de nuestra zona de comodidad. Algunos lo llaman “dar un salto al vacío”. Y otros, “la travesía por el desierto”. Sentir dicha incomodidad nos confronta con todos nuestros miedos inconscientes. Tememos salirnos de la corriente y seguir nuestro propio camino. Tememos equivocarnos, fracasar y hacer el ridículo. Y tememos lo que la gente de nuestro entorno pueda pensar de nosotros.

– Cuestionar la forma de pensar. El actual escenario de crisis sistémica nos está diciendo alto y bien claro que está todo por hacer. Todo por reinventarse. Por eso es fundamental que este proceso de destrucción creativa suceda a nivel individual, en nuestra propia mentalidad. Es hora de que mueran nuestras viejas creencias para permitir que nazcan las nuevas que están por venir. De ahí la importancia de cuestionarnos a nosotros mismos, cuestionando un sistema de creencias que dábamos por inamovible y completamente cierto. Si no rompemos con la inercia ahora, cuando concluya el periodo de crisis puede que sea demasiado tarde.

– Analizar detenidamente la situación. Más allá de la connotación tan negativa que suele asociarse a la “crisis”, su etimología muestra su auténtico significado. El ideograma chino que ilustra esta palabra –“crisis”– está compuesto por dos figuras: una significa “peligro”, y la otra, “oportunidad”. A su vez, procede del vocablo griego krisis, que deriva del verbo krinein, que quiere decir “juzgar” y “decidir”. Este verbo también ha dado lugar a sustantivos como “crítica” y “criterio”. Así, la crisis podría definirse como un momento decisivo dentro de cualquier proceso individual o colectivo, tanto psicológico como económico. En el fondo, es una invitación para hacer una pausa y reflexionar acerca del rumbo que está tomando nuestra existencia. Y a poder ser, decidir sabiamente el siguiente paso que hemos de dar para seguir evolucionando como especie y prosperando como civilización.

– Aprender de los errores. Toda crisis, y esta pandemia especialmente, requiere que la afrontemos con honestidad y humildad. Por más que le duela al ego, hemos de mirarnos en el espejo y ser autocríticos. ¿Cuál es nuestra parte de responsabilidad? ¿En qué nos hemos equivocado? ¿Qué podemos aprender al respecto? Hemos de asumir las decisiones que tomamos en el pasado, pues son muy cómplices del tipo de circunstancias que estamos cosechando en el presente. Si no aprendemos de nuestros errores, tarde o temprano volveremos a cometerlos. La crisis seguirá latente en nosotros. Y la vida seguirá dándonos las bofetadas que necesitamos para que espabilemos de una vez, aprendiendo lo que ha venido a enseñarnos.

– Crecer como seres humanos. No podemos resolver un problema desde el mismo nivel de comprensión desde el que lo creamos. Los verdaderos obstáculos están en nuestra mente, no en la realidad. Ahí afuera solo encontraremos el reflejo de nuestras limitaciones mentales. Frente a la crisis, no sirve de nada la queja, el victimismo y la culpa. Todo el tiempo y la energía que dedicamos a cambiar aquello que no podemos transformar (la realidad externa) lo estamos malgastando para transformar aquello que sí podemos cambiar: la realidad interna, esto es, nuestra visión del mundo y nuestra actitud frente a nuestras circunstancias. Aunque en un primer momento no lo parezca, siempre hay otras vías y sendas por explorar.

Para poder llevar estos aprendizajes a la práctica, hemos de empezar por invertir en nosotros mismos, en nuestra educación. Cuanto mayor sea la calidad de nuestro conocimiento, mejores serán las decisiones que tomemos y también los resultados que obtengamos. La buena noticia es que hoy día la información es libre, abundante y gratuita. Gracias a las nuevas tecnologías, está a golpe de clic. Saquémosle el polvo a nuestra curiosidad. Podemos empezar yendo a una conferencia, asistiendo a un curso o leyendo un libro. Hemos de formarnos para poder adoptar una actitud vital mucho más responsable, proactiva y emprendedora. En este marco de adversidad, caos e incertidumbre hay muchos individuos que están agudizando su ingenio para detectar las oportunidades existentes; oportunidades que la mayoría –cegada por el miedo y la ignorancia– no es capaz de ver.

Por más que nos lo intenten hacer creer legislación tras legislación, no son los políticos los que cambian nuestra vida. Somos nosotros, los ciudadanos. Y no con nuestro voto, sino con nuestras decisiones y acciones. La crisis actual es una oportunidad para hacernos cargo de nosotros mismos. El cambio de mentalidad individual es lo que de verdad transforma la sociedad y el sistema. Asumamos de una vez que la seguridad externa no existe. Y que hoy día no nos queda más remedio que elegir entre dos incertidumbres: la de esperar que otros resuelvan nuestros problemas o la de comprometernos con aprender a resolverlos por nosotros mismos. Por Borja Vilaseca, divulgador científico

También te podría gustar...