La enfermedad cardiovascular dispara la mortalidad en el paciente con cáncer

Las unidades de Cardio-Oncología ayudan a minimizar el daño cardiovascular asociado al cáncer y a sus tratamientos.

Uno de los peores escenarios para el paciente con cáncer es que a su diagnóstico oncológico se añada una enfermedad cardiovascular. El cardiólogo Roberto Martín Reyes recuerda que la combinación de ambas patologías “impacta directamente en el pronóstico y eleva la mortalidad”.

Al margen de que el cáncer per se puede contribuir en el desarrollo de la enfermedad cardiovascular (por su acción inflamatoria, y su efecto sobre el endotelio y en el metabolismo, entre otros factores), también los tratamientos oncológicos pueden conllevar cierto grado de cardiotoxicidad. Y no solo, apostilla la oncóloga Esther Holgado, debido a “ciertos quimioterápicos, sino también a nuevos tipos de tratamientos, como terapias dirigidas e inmunoterapia, y sus variadas combinaciones“

Estar al tanto en cada paciente para prevenir esa cardiotoxicidad; detectarla precozmente antes de que el daño sea irreversible y tomar decisiones sobre eventuales cambios de tratamiento a lo largo del proceso oncológico exige una dedicación altamente especializada, como la que se ofrece en las unidades de Cardio-Oncología. Sobre ello se ha desarrollado una jornada en el Hospital La Luz de Madrid .

Los coordinadores de la jornada consideran que al igual que las unidades de Insuficiencia Cardiaca o de Arritmias son fundamentales para el beneficio del paciente, las de Cardio-Oncología también resultan imprescindibles para un manejo estructurado, que implique a diferentes especialistas y que permita a actuar rápido en caso de que se detecte una enfermedad cardiovascular.

Primeras guías

El seguimiento cardiológico del paciente con cáncer a través de unidades específicas de Cardio-Oncología, como la que tiene el Hospital La Luz, es relativamente nuevo. De hecho, la Sociedad Europea de Cardiología (ESC) acaba de hacer públicas sus primeras guías de consenso sobre ello. Entre sus autores se encuentra Teresa López-Fernández, del Servicio de Cardiología del Hospital La Paz, en Madrid, uno de los centros de referencia en ese manejo combinado.

El responsable de Cardiología de La Paz, José Luis López-Sendón, se ha referido en esta jornada, a algunos de los datos obtenidos con el registro CardioTox, una iniciativa pionera multicéntrica que dirige donde se analiza la cardiotoxicidad asociada a tratamientos oncológicos y que incluye ya a más de mil pacientes con cáncer.

Según los datos aportados por José Luis López-Sendón, el 2,8% de los pacientes oncológicos tienen un daño miocárdico moderado y el 3,1%, grave. No obstante, uno de los principales objetivos de estas unidades específicas es precisamente evitar que el daño avance o que llegue a producirse. Para ello, expone Esther Holgado, “la unidad de Cardio-Oncología hace un seguimiento que parte de la valoración inicial del paciente, antes de que reciba los tratamientos”.

Una ‘red de seguridad’

Aquí la labor del cardiólogo, afirma a este medio Roberto Martín Reyes, “consiste en servir de red, de forma que aseguremos que el paciente pueda recibir el mejor tratamiento para su proceso oncológico”. Con el objeto de prevenir una afección cardiaca, hay que incidir en el control de factores de riesgo cardiovascular. “Los pacientes con cáncer viven ahora más tiempo, y no se puede hacer la vista gorda con factores de riesgo como hipercolesterolemia, hipertensión o diabetes”, anota Esther Holgado.

Además, la prevención se completa con revisiones periódicas, análisis de marcadores cardiacos, y la realización de electro y ecocardiograma durante el proceso de tratamiento, añade Roberto Martín Reyes. “Hay que tratar en el momento en que alguno de los parámetros se sale del rango. Lo peor es que aparezca disfunción ventricular y el paciente necesite fármacos para la insuficiencia cardiaca. Aquí no cabe la prevención, sino el tratamiento precoz, por lo que las revisiones deben ser estrechas, no vale con una valoración cada año”.

Así se lo ha demostrado un estudio, citado por José Luis López-Sendón, y publicó como primera firmante Daniela Cardinale, de la Unidad de Cardio-Oncología del Instituto Europeo de Oncología (Milán) en 2010 en The Journal of the American College of Cardiology. El estudio demuestra que a partir del cuarto al sexto mes de disfunción ventricular inducida por quimioterapia ya es irreversible, refractaria al tratamiento, mientras que, si se instaura el tratamiento de la disfunción cardiaca en los dos primeros meses, casi el 65% de los pacientes se recuperan.

La cardiotoxicidad grave puede motivar la interrupción del tratamiento oncológico, pero, matiza Esther Holgado, “eso ocurre en una minoría de pacientes, y menos aún en los centros donde se realiza una valoración inicial y un seguimiento estrecho. No obstante, en los casos donde es necesario, dependiendo de la afección cardíaca y del tratamiento, se puede reanudar”.

Y al igual que tras el alta de la enfermedad oncológica es habitual hacer seguimiento con cierta periodicidad a los pacientes que superan el cáncer, estos enfermos también se benefician de una revisión cardiología, más o menos espaciada, a lo largo de su vida.

Encontrar el equilibrio

 La organización de las unidades de Cardio-Oncología debe adecuarse a los objetivos y recursos de cada centro hospitalario, mediante protocolos “locales”, señala López-Sendón. Añade que una gran ventaja es que Cardiología y Oncología no “compiten” por el paciente, lo que favorece la colaboración entre especialistas, entre los que también se ha de contar con Oncohematología, Oncología Radioterápica, Farmacia Hospitalaria y Enfermería, entre otras.

El reto, en opinión de Roberto Martín Reyes es equilibrar el riesgo de “morir de éxito” con una excesiva lista de espera con el mantener un seguimiento adecuado en los pacientes.

Ejercicio, el gran aliado

A falta de ensayos clínicos que demuestren que determinados tratamientos previenen la enfermedad cardiovascular en pacientes oncológicas, José Luis López-Sendón apunta dos cosas que sí han demostrado cierto beneficio en diversos metanálisis: las estatinas y el ejercicio.

Abraham López Ricardo, cardiólogo del Hospital La Luz, ha repasado el efecto de este último, cuyas bondades se pueden aprovechar tanto en prevención secundaria tras diagnóstico de un cáncer, como en la prevención de recurrencias y nuevas neoplasias, así como a largo plazo en los supervivientes.

Por tipos de actividad física, “el máximo beneficio se obtiene con una combinación de ejercicio de fuerza y de resistencia”. La práctica regular de actividad física frente a la inactividad ha mostrado en diversos estudios clínicos “una reducción de la mortalidad global (24-28%)”, pero también beneficios clínicos subjetivos y objetivos, como “reducción de dolor, náuseas y vómitos, y fatiga y astenia; mejoría en el estado de ánimo, función sexual y distrés psicosocial”, lo que redunda en una mejor recuperación funcional y reintegración social y laboral.

En el ámbito concreto de la cardiotoxicidad, el cardiólogo ha recordado que “la bibliografía objetiva su impacto favorable en cuanto a la prevención/reducción del daño miocárdico inducido por terapias antitumorales”. Sonia Moreno

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