La economía es un país de posverdad

En general, estamos en una situación mucho mejor que la que teníamos hace tan solo unos meses

Por Paul Krugman, premio Nobel de Economía.

Si un árbol cae en un bosque y nadie lo oye, ¿ha hecho ruido? Si tenemos una economía que crece rápidamente, pero buena parte del electorado se niega a reconocerlo, ¿está la economía experimentando una expansión? A pesar de algunas tensiones crecientes, la economía estadounidense está en racha, impulsada por la vacuna y los estímulos, en la que prácticamente todos los indicadores muestran que se está recuperando con rapidez de la depresión causada por la pandemia.

Sí, los atascos en los suministros han provocado algo de inflación, aunque los últimos datos parecen validar la idea de que se trata de una inflación transitoria: los precios de la madera han caído drásticamente, los de los metales industriales también han bajado, y los precios de los automóviles usados parecen haber tocado techo. Y sí, algunos empresarios parecen tener dificultades a la hora de contratar suficientes trabajadores para hacer frente al aumento de la demanda, pero casi con toda seguridad, este será también un problema temporal.

En general, estamos a todas luces en una situación económica mucho mejor que la que teníamos hace solo unos meses. Aun así, según la encuesta continua de consumo de la Universidad de Michigan, quienes se identifican como republicanos califican por término medio la situación económica mucho menos positivamente ahora que antes de las elecciones de 2020. A lo mejor sienten la tentación de decir que esto era de esperar. Al fin y al cabo, casi dos tercios de los republicanos creen, muy equivocadamente, que las elecciones presidenciales fueron un robo, y en torno a la cuarta parte coincide en que el mundo está dirigido por pedófilos adoradores de Satán. ¿Por qué sorprenderse de que el estado mental de la posverdad se extienda también a la economía?

Pero las afirmaciones sobre el fraude electoral y el culto de QAnon son teorías de la conspiración. El estado de la economía, en cambio, es algo palpable. Cada persona, se podría pensar, puede juzgar por su propia experiencia o por la de sus amigos y familiares. Y para dejar las cosas claras, la cifra de Michigan a la que me refiero es el índice de condiciones económicas actuales, no el índice de confianza del consumidor. Es decir, se supone que se refiere a las cosas que ocurren en la actualidad, no a lo que la gente piensa que va a ocurrir. Por lo tanto, la cuestión no es que los republicanos crean que la economía de Biden va a destruir la prosperidad en el futuro; es que creen, a pesar de las experiencias vividas, que ya la ha destruido.

¿Pero acaso el partidismo no ha teñido siempre las percepciones sobre la economía? ¿Y no ocurre en ambos bandos? Sin duda, pero no hasta este punto. Si nos fijamos en las encuestas de Michigan de hace 12 años, no hay nada que se parezca a la polarización actual. En junio de 2009, demócratas y republicanos tenían opiniones similares respecto a la situación de entonces, aunque los republicanos se mostraban más pesimistas respecto al futuro.

Y tampoco ambos partidos se comportan simétricamente. Los demócratas sí rebajaron sus perspectivas económicas tras las elecciones presidenciales de 2016, pero no tanto. La verdadera pregunta acerca de las repercusiones de las elecciones de 2016 es por qué las evaluaciones republicanas se volvieron tan favorables, a pesar de que no se hubieran experimentado muchos cambios. De hecho, no se produjo ningún cambio significativo en la situación económica, y por supuesto nada comparable al crecimiento pospandémico actual.

Una posibilidad es que las opiniones de los republicanos sobre economía se guíen por la creencia de que las cosas le van muy mal a otra gente, aunque a ellos les vaya bien. Es decir, puede tratarse de algo parecido al relato derechista sobre la violencia urbana. Tucker Carlson y otros de su calaña han estado vendiendo la idea de una nación “tapiada”, con ciudadanos atemorizados por las revueltas y la delincuencia. La gente tiene que saber que sus vecinos no son así, pero puede que imagine que en otras partes sí ocurre.

Sea cual sea la explicación, la política de la posverdad ha ampliado su dominio hasta tal punto que invalida la experiencia cotidiana. En la derecha, en cualquier caso, la economía que los votantes perciben ya no guarda mucha relación con la realidad.

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¿Qué dice esto acerca de la teoría política sobre política económica? Muchos estudios de ciencias políticas afirman que la economía guía las elecciones. Más concretamente, lo que parece haber influido en el pasado fue la tasa de incremento de la renta aproximadamente en los seis meses anteriores a las elecciones. Este ha sido siempre un resultado problemático, en parte porque, por lo general, los presidentes no tienen mucha influencia sobre la evolución económica a corto plazo, y en parte porque indica que los resultados a largo plazo no aportan recompensas políticas. De hecho, si creemos los modelos electorales habituales, la estrategia política óptima para un presidente que pretenda gobernar dos mandatos sería la de empezar con una recesión profunda, para dar cabida a un crecimiento rápido en el periodo previo a las siguientes elecciones. (Esto es más o menos lo que ocurrió durante el primer mandato de Ronald Reagan, aunque no fue deliberado).

Aun así, las cosas podrían empeorar, y aparentemente han empeorado. Por lo visto, nos hemos convertido en un país con una gran proporción del electorado que ni siquiera juzga a un presidente por sus resultados a corto plazo, porque las percepciones que esos votantes tienen de la economía se guían por un partidismo no relacionado con la realidad. Vale, tal vez estoy siendo demasiado pesimista a este respecto. Las elecciones se deciden en los márgenes, de modo que es posible que una buena política se vea recompensada, incluso si, pongamos por caso, un tercio de los votantes estadounidenses se niegan a creer las buenas noticias cuando el que ocupa la Casa Blanca es un demócrata. Pero sigo echando de menos los días en los que la verdad importaba.

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