Hasta un 80% de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes y el 40% de los cánceres se pueden prevenir realizando cambios asumibles

Aunar diabetes y fragilidad induce un envejecimiento acelerado que se acompaña de morbimortalidad. La buena noticia es que ambas condiciones pueden prevenirse.

La fragilidad, el envejecimiento acelerado y la diabetes forman trío que comparte vías patogénicas hormonales e inmunológicas. A ello se suma la acción del sedentarismo y nutriciones inadecuadas, entre otros factores, que acrecientan la citada triada.

Así lo ha afirmado en el XXXII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Diabetes (SED), celebrado la pasada semana, Francisco José García García, jefe de Servicio de Geriatría del Complejo Hospitalario de Toledo (CHT), quien considera que dichos factores de riesgo relacionados con los estilos de vida son el principal nexo de unión entre estos trastornos; además, comparten vías patogénicas hormonales e inmunológicas comunes.

Vías hormonales e inmunológicas 

Hormonalmente, alteraciones como la resistencia a la insulina o el desequilibrio hormonal con disminución de hormonas anabolizantes son comunes a la diabetes, el envejecimiento acelerado y la fragilidad.

Desde el punto de vista inmunológico, estos tres trastornos también se caracterizan por una inflamación crónica, con un incremento de interleucinas y otras proteínas inflamatorias expresadas en múltiples tejidos. “Esto hace que la aparición conjunta de diabetes y fragilidad potenciará cambios que inducen a un envejecimiento acelerado.

El geriatra calcula que el impacto conjunto de la fragilidad y de la diabetes alcanza al 40% de la población mayor de 65 años. Además, ambas producen un envejecimiento acelerado y gran morbimortalidad, por lo que deberían ser dianas prioritarias para programas de salud pública, teniendo en cuenta además que la fragilidad se puede prevenir. “La fragilidad es eficazmente prevenible y tratable cuando se hace con personal especializado”.

Los datos del Toledo 

El análisis de los datos del Estudio Toledo de Envejecimiento Saludable (ETES), que evalúa el efecto de la fragilidad en la evolución natural de la diabetes en mayores de 65 años, sugiere que “el papel de la diabetes en estas personas mayores radica en su alto impacto, puesto que alcanza en nuestro estudio al 20% de esta población, pero también en los efectos del trastorno metabólico a medio y largo plazo”, subraya García.

A su juicio, la aparición en la historia natural de la diabetes de macro y microangiopatía, el incremento del estrés oxidativo en los tejidos y el depósito de proteína beta amiloide cerebral facilitan la aparición de enfermedad cerebrovascular clínica y deterioro cognitivo y/o demencia, cardiopatía isquémica, disfunción muscular con sarcopenia; “en definitiva, trastornos derivados de la diabetes que terminar asociándose con deterioro funcional, dependencia y muerte”.

Sobre la disminución de la esperanza de vida que se produce en diabéticos, los profesionales consideran que está muy mediada por la aparición, en su curso clínico, de la fragilidad. De hecho, en el estudio Toledo se ha observado que, en doce años de seguimiento, la presencia de diabetes aumentó la mortalidad en un 50%, “mientras que en los diabéticos con criterios de fragilidad la mortalidad se elevó hasta un 470%”.

La prevención sigue siendo la mejora aliada para estrechar el vínculo entre fragilidad, diabetes y envejecimiento acelerado. La implementación de cambios nutricionales y de actividad física, adecuados a estas edades, junto con el control metabólico son las mejores herramientas.

Restricción calórica sin desnutrición

Luigi Fontana, director del Programa de Investigación Clínica de Longevidad Saludable del Centro Charles Perkins de Sidney, Australia, ha destacado, en la mismo congreso, el importante problema que plantea la obesidad; “una pandemia de obesidad y enfermedades crónicas derivadas de los estilos de vida poco saludables que se están acelerando y hace que muchos modelos de financiación de la salud existentes sean insostenibles”.

Así, ha analizado los beneficios que para prevenir estas alteraciones que él considera pueden derivarse de la restricción calórica y más aún, teniendo en cuenta los datos de la OMS que indican que hasta un 80% de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes y el 40% de los cánceres se pueden prevenir realizando cambios asumibles.

Los estudios en modelo animal, ratones y monos, ya han observado que “la restricción dietética con una ingesta óptima de nutrientes protege contra la obesidad, la diabetes tipo 2, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, el envejecimiento, la neurodegeneración y la fragilidad del cerebro. En humanos origina adaptaciones biológicas que protegen contra estas enfermedades”.

A su juicio, la restricción calórica sin desnutrición “sigue siendo la intervención no genética más sólida hasta la fecha que puede maximizar la vida útil en múltiples modelos animales y también extiende la esperanza de vida”. En cualquier caso, según recuerda, “la esperanza de vida aumenta al máximo a medida que se reduce la ingesta de alimentos, pero luego disminuye rápidamente cuando la restricción se vuelve excesiva”.

Y ha puesto a poner en el foco, las bondades de la dieta mediterránea como “uno de los instrumentos más útiles para controlar el peso corporal y mejorar la salud metabólica”, aunque manteniendo la moderación de algunos de sus componentes, como el aceite de oliva, por sus elevadas calorías. Raquel Serrano (DM)

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