El oro, lo que reluce y la coherencia

Por Teresa Freixes, Catedràtica de la Facultat de Dret de la Universitat Autònoma de Barcelona, acadèmica de la Reial Acadèmia Europea de Doctors-Barcelona 1914.

Para entender buena parte, no todo evidentemente, de lo que nos está pasando, sobre todo en relación con la confusión conceptual, interesada o no, que nos rige, creo que tiene su interés referirse al término «izquierda caviar», la “gauche caviar” francesa o “toscana-zosi” suiza, que en Inglaterra es “champagne socialists” y en EE. UU. “radical chic”, conceptos todos que remiten a la idea de contradicción entre postulados expresados y modo de vida. No es, pues, un término o una actitud privatista nuestra, sino que está extendida por todos aquellos sectores, estén donde estén, que quizás no llegaron a tiempo a mayo del 68 (con sus múltiples variantes) o que, en cualquier otro contexto, no quisieron o supieron afrontar determinadas tomas de posición que hubieran querido adoptar y que, por los motivos que sea, no llegaron o se atrevieron a hacerlo.

Tampoco es un fenómeno novedoso, que hubiera nacido en el siglo XX, aunque hoy es más conocido porque los medios de comunicación ponen a nuestro alcance muchas más cosas que cuando los “correos” iban a caballo de posta en posta superando todo tipo de obstáculos. Sin poder adjetivar como “gauche” o “droite”, pero mostrando las contradicciones de poderosos, “influencers” y demás congéneres, la Historia está llena de episodios poco entendibles si no es desde estos que ahora consideramos modernos parámetros, pero que han sido evidenciados también, desde hace siglos, por el arte o la literatura. Quizás tengamos que recurrir a todo ello para entender porque, en un momento determinado, ahora mismo, por ejemplo, quienes para unos son traidores para otros son héroes o para tomar consciencia de las tergiversaciones de conceptos filosóficos o jurídicos que subyacen en determinadas posturas.

Desde esa “izquierda caviar” que también vive, y pontifica, entre nosotros, se está traicionando lo que edificamos, trabajosamente, durante la transición a la democracia. Con un complejo impropio de mentes adultas y conscientes de que nada es perfecto, pero todo es mejorable, estamos vilipendiando el consenso que nos llevó a adoptar una Constitución que ha sido un modelo altamente seguido en Europa (se tuvo como patrón en la elaboración de las Constituciones en muchos países de Europa del Este tras la caída del comunismo) y en América (varias constituciones de la década de los noventa se inspiraron en la española de 1978).

Desde parámetros parecidos, se critican decisiones judiciales simplemente por razones ideológicas, sin que se razone el porqué de la crítica desde los parámetros jurídicos que la sostendrían. Desde posiciones irracionales se arenga a las masas, pretendiendo deslegitimar a las instituciones. Se divide a la sociedad en buenos y malos ciudadanos, según si apoyan emocionalmente el “bien” o el “mal” que se ha preestablecido previamente según si se concuerda o no con determinados objetivos. Se banalizan las conductas punibles porque, a juicio interesado de algunos, nunca cumplen con los indicadores precisos que tendrían que definirlas. Se pretende, en suma, con todas las tergiversaciones posibles, traicionar las garantías de democracia que tanto costó obtener. Y se pretende, también, deslegitimando los procedimientos, impedir que el sistema pueda mejorar, conservando lo que ha sido positivo y reformando lo que precise ser modificado.

Varoufakis ha sido buen “maestro” de varios de nuestros congéneres, algunos ahora con poder, institucional y callejero, a la baja, pero ocupando foto y presupuesto. Todos ellos, o, al menos, los que pisan moqueta institucional, lejos de exhibir coherencia entre lo que predican y lo que practican, están siendo también “varoufakianos” especímenes. Seguramente se encontrarán con las mismas contradicciones que asaltaron al verdadero Varoufakis en el momento en el que tengan que aunar su acción de gobierno con la necesidad de cumplir con los parámetros que la UE va a marcar para acceder a esas ayudas que condicionan la propia existencia de la coalición a la que pretenden dominar, sino en las instituciones (lo principal, por propia supervivencia), en la calle y en los medios de comunicación, redes sociales incluidas.

Porque es muy fácil predicar y no dar trigo y mucho más difícil enseñar a pescar en vez de regalar un pez, harían bien quienes nos “administran” en ser más coherentes, en detectar realmente las necesidades de la ciudadanía y en pensar adecuadamente en los problemas que tenemos, mucho más exacerbados ahora, con la pandemia a la que hay que hacer frente, desde el ámbito sanitario y, especialmente, desde el socio económico y cultural.

No es oro todo lo que reluce. Y la coherencia brilla por su ausencia. No se trata de un fenómeno nuevo, pero se encuentra en el “orden del día”. Dejar que, por intereses cortoplacistas, no se tengan en cuenta las necesidades sociales reales, se vuelva a paralizar la economía no sólo por los rebrotes de la Covid-19 que están apareciendo sino por la falta de un plan sostenido en el tiempo que tenga en cuenta la realidad en la que vive buena parte de la población, es una irresponsabilidad que no nos podemos permitir.

La Unión Europea, esa UE en la que estamos insertos, debe mejorar substancialmente su acción socioeconómica, en el marco de las competencias que tiene para hacerlo, que no son pequeñas. No basta con políticas “asistenciales” cortoplacistas ni con una aproximación meramente sanitaria de los problemas que nos acucian. Se precisa de la colaboración de los Estados miembros, no sólo para decidir cuántos fondos y ayudas se van a movilizar, sino para abordar las reformas estructurales que llevan décadas en el baúl de los recuerdos. La crisis en la que estamos inmersos obliga no sólo a una reflexión, sino a una acción sostenida, ampliamente acordada, en todos los ámbitos.

No podemos jugar a “mayo del 68”, tenemos que enfrentarnos al Siglo XXI.

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