Aumenta, de forma preocupante, el cáncer de colon en adultos jóvenes

Adoptar hábitos saludables de vida suponen una de las formas de prevenir una patología cuya incidencia sigue creciendo. La incidencia del cáncer de colon aumenta; también en poblaciones de menor edad.

Las estimaciones de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) indican que en 2023 se diagnosticarán 43.000 personas de cáncer colorrectal. La incidencia en España ha ido aumentando en los últimos años y además de prevé un incremento marcado a partir de 2030. Dentro de estas estimaciones, uno de los aspectos que en estos momentos más preocupa a los profesionales dedicados a su abordaje es el aumento del cáncer de colon en población menor de 50 años.

“Está aumentando de forma preocupante. Estamos viendo más diagnósticos en esta población y nos preocupa especialmente el subgrupo de menores de 40 años. Se observa un patrón diferente de la enfermedad. Parece además que está habiendo un retraso en los diagnósticos porque en estas franjas de edad un sangrado no se atribuía, inicialmente, a un cáncer de colon sino a otro tipo de patologías más benignas. Sin embargo, un sangrado o clínica digestiva en una persona menor de 40 o 50 años, debe mantenernos en alerta”, indica Reyes Ferreiro Monteagudo, del Servicio de Oncología Médica del Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

Se desconoce actualmente, aunque ya se está estudiando, la causa o causas de este aumento. Las primeras sospechas, no obstante, se centran en la influencia del estilo de vida occidental -más sedentario, con tendencia al estreñimiento, con una dieta baja en fibra y rica en carne roja y productos procesado-, aunque ya están haciendo estudios preliminares que deriven a edades precoces, relacionados toma de antibióticos en la infancia, así como influencia de otros factores en los primeros años de vida –incluso desde si el parto es por vía vaginal o cesárea-, entre otros.  Se contemplan también otro tipo de procesos inflamatorias que puedan condicionar con el paso del tiempo alteraciones en la mucosa intestinal.

‘Encender la bombilla’

Ante el aumento de la incidencia de esta enfermedad, los profesionales consideran que pueden ser útiles ciertas medidas o estrategias para equilibrar la situación.

Según Ferreiro, en primer lugar, y antes del diagnóstico precoz, que es fundamental, es promocionar hábitos de vida saludable. “Sabemos que hay factores de riesgo asociados al cáncer colorrectal como el estreñimiento, el sedentarismo, la dieta pobre en fibra y rica en carne procesada, el consumo excesivo de carne roja. Estos hábitos se deben trabajar y variar antes de llegar al diagnóstico”.

Pero, por supuesto, es decisivo un diagnóstico precoz, ya que hay personas de 40 años que aún, teniendo hábitos de vida favorables desarrolla cáncer de colon. “Lo importante es, por tanto, consultar en cuanto haya síntomas. Todos debemos tener la ‘bombilla encendida’ de que, aunque una persona sea joven o no, la posibilidad de cáncer de colon está ahí. La detección temprana es decisiva porque tiene impacto en supervivencia, así como en las potenciales secuelas derivadas de los tratamientos”.

En este sentido, la oncóloga subraya la necesidad de que el cáncer de colon sitúe la concienciación en el mismo rango de otras patologías, que, como el cáncer de mama, por ejemplo, tienen un impacto social y mediático exitoso.

“En España, este tumor no tiene esa misma visibilidad cuando, si juntamos hombres y mujeres, es el tumor con mayor incidencia. Los profesionales que nos dedicamos a esta patología, medios de comunicación y, por supuesto, asociaciones de pacientes, tenemos por delante una labor fundamental: dar a conocer esta enfermedad y, por supuesto, estandarizar a nivel nacional los programas de detección precoz, cuya implantación es aún desigual entre las distintas comunidades autónomas”.

Medicina de precisión en marcha 

En lo que se refiere a innovación terapéutica en oncología médica -asociado además con tratamientos quirúrgicos y radioterapia-, Ferreiro considera que se está avanzando mucho en medicina de precisión, que una de las bases del futuro.

“Dentro de lo que es una misma enfermedad, no todos los pacientes se tratan igual. Se hacen estudios dirigidos, con análisis moleculares de cada tumor para que los ‘apellidos’ de cada uno de ellos orienten del tratamiento más adecuado”.

La oncóloga también destaca como avance en los últimos años, en enfermedad localizada, y sobre todo en patología del recto -que, en ocasiones, implica cirugías más agresivas con empleo de ostomía-, los tratamientos intensivos previos a la cirugía con el objetivo de que en aquellos pacientes que presenten una respuesta completa, realizar estrategias de preservación de órgano.

“A día de hoy, las terapias se basan en el empleo de quimioradioterapia y quimioterapia, aunque es muy esperanzador el papel de la inmunoterapia, sobre todo en pacientes con inestabilidad de microsatélites. Hay varios estudios, como el Niche presentado en ESMO, que señalaban la alta tasa de respuestas en pacientes inestables con inmunoterapia. Esta estrategia también se ha empezado a estudiar en pacientes sin inestabilidad de microsatélites”.

Desde el punto de vista de la prevención, uno de los mensajes clave que debe transmitirse a la sociedad es la importancia de adoptar hábitos de vida saludables, a lo que le seguirían el diagnóstico precoz y la implantación igualitaria y extendida de los programas de cribado, según Ferreiro.

Las pautas nutricionales y hábitos de vida adecuados no solo se consideran esenciales como preventivos, sino que siguen siendo de vital importancia cuando el cáncer colorrectal ya es un hecho.

Patrón de dieta mediterránea  

Diversos estudios, publicados en revistas internacionales, relacionan la dieta, el estilo de vida y el ejercicio con el cáncer de colon.

En primer término y en líneas generales, concluyen que se necesitan más ensayos clínicos para tener una evidencia más sólida, pero desde luego, y coincidiendo con Ferreiro, María Garriga, del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, quien también ha participado en la escuela de pacientes celebrada en este hospital, considera que “la piedra angular de las modificaciones del estilo de vida para el cáncer colorrectal consiste en promover un estilo de vida activo con una dieta bien balanceada y moderar o eliminar la ingesta de carnes procesadas y alcohol”.

Así, los hábitos saludables, antes de llegar al diagnóstico, son esenciales para prevenir el desarrollo de cáncer colorrectal. Pero, con respecto a las pautas nutricionales más adecuadas cuando la enfermedad ya está instalada, Garriga señala que se recomienda se recomienda que los pacientes sigan un patrón de dieta mediterránea, “asegurando una buena ingesta de proteínas para evitar la pérdida de masa muscular, que es muy frecuente en ellos”.

La pérdida de masa muscular, explica la profesional, se asocia con frecuencia con aumento de la producción de citocinas proinflamatorias. “Para optimizar la síntesis proteica, además de consumir suficiente proteína, es importante la optimización antioxidante -asegurar una buena ingesta de fruta y verdura-, la optimización antiinflamatoria -consumo de omega 3; por ejemplo, pescado azul- y el ejercicio. También es muy importante una buena hidratación a lo largo del día”.

Desde luego, la alimentación varía según la localización tumoral específica; la zona del intestino donde esté localizado el tumor, así como si tienen o no una ostomía. “Según el tratamiento que reciban y los efectos secundarios, pueden presentar diarrea o estreñimiento, flatulencia…, por lo que la dieta debe ir adaptándose a cada circunstancia. También se debe adaptar la dieta si presentan mucositis, alteraciones relacionadas con el sabor de los alimentos, como la disgeusia o ageusia, náuseas o vómitos, entre otros”.

Garriga señala que, evidentemente, una adecuada nutrición apoya el proceso oncológico y favorece la recuperación. “Un buen estado nutricional puede ayudar a optimizar la eficacia del tratamiento y a tolerar mejor los efectos secundarios derivados del mismo. Por el contrario, la malnutrición puede tener un impacto negativo en la evolución y un peor pronóstico”.

Además de diferenciar entre las zonas afectadas por la enfermedad tumoral, existen grupos, como los pacientes de mayor edad, en los que también hay que asegurar un adecuado aporte nutricional. En estos, “la alimentación se modifica si tienen dificultad para masticar por problemas de deglución; adaptamos la textura de los alimentos para evitar problemas de disfagia, asegurando el aporte de proteínas para evitar la sarcopenia”.

Los profesionales no olvidan la importancia de mantener una adecuada salud mental para afrontar, de la mejor posible, no solo el impacto del diagnóstico inicial de cáncer en general, y colorrectal en particular, sino también durante todo el proceso terapéutico.

Apoyo psicológico de calidad 

Según Olga Albaladejo Juárez, psicooncóloga, que ha participado en la escuela desarrollada en el Ramón y Cajal de Madrid, todas las personas con cáncer que lo deseen, y también sus acompañantes y/o cuidadores, deberían poder acceder a una ayuda psicooncológica de calidad.

“No sólo por su bienestar psicológico y emocional, sino porque sabemos que contribuirá al mejor funcionamiento de los tratamientos, al mantenimiento de su sistema inmune, a la reducción del dolor y el sufrimiento y a la adherencia al tratamiento, a la vez que ayudará a preservar la calidad de vida de la persona con cáncer y de su entorno, entre otros muchos aspectos”.

Tras la confirmación diagnóstica, “puede parecer incongruente, pero en general las personas experimentan alivio. “Hemos de pensar que el tiempo desde que se inician las sospechas, hasta que se concluye con un diagnóstico, suele ser especialmente angustioso y lleno de incertidumbre e impotencia. Sin embargo, en el momento en que el paciente recibe su diagnóstico, también obtiene una propuesta de tratamiento. Psicológicamente abre un camino claro al que atenerse: su médico ya sabe lo que tiene y lo que tiene que hacer para tratarlo. Ahora se trata de ponerse ‘manos a la obra’.

Ya enfocados en el tratamiento y sintiéndose más o menos inmersos en una nueva rutina, es cuando, según la psicooncóloga empiezan las preguntas imposibles como el ‘¿por qué a mí?’ y otros síntomas como la ansiedad, o la tristeza que van enlazándose con los efectos secundarios producidos por el tratamiento.

A su juicio, los pacientes que podrían ser más vulnerables a un empeoramiento de la salud mental tras el diagnóstico, serían las personas que ya tenían problemas de salud mental, aquellas que carecen de recursos para afrontar la situación, tanto psicológicos, como sociales, o económicos.

El dolor, el tipo de cáncer y su localización, así como algunos tratamientos y/o fármacos aumentan también la vulnerabilidad a sufrir un empeoramiento en la salud mental. “Al final, dependerá de la interacción de diversos factores predisponentes. Así que, en realidad, casi cualquiera de nosotros puede sufrir un problema de salud mental en función de la manera en que enfoquemos este momento vital”.

La psicooncóloga detalla las situaciones a las que los enfermos se van a tener que enfrentar y en qué medida es posible ayudar desde la vertiente psicológica.

Personas, no enfermedades 

El diagnóstico de cáncer inicia un largo camino de pérdidas y afrontamiento de situaciones desconocidas. Desde la pérdida de la cotidianidad -rutinas, trabajo, economía-, a planes de futuro; desde la pérdida de la salud, al cambio en el cuerpo y la manera en que nos vemos y pensamos de nosotros mismos.

“En cualquier caso, debemos enfocarnos en personas y no en enfermedades, o síntomas. Las estadísticas nos hablarán de distintas etapas y de distintas carencias correspondientes a dichas etapas. Pero lo importante es la historia que nos contará cada persona, su maletín de herramientas, las habilidades que necesita aprender y cómo necesita que le ayudemos en cada momento”.

Enumerando solo algunas de las cosas en que puede ayudar un acompañamiento psicológico, Albaladejo destaca la adaptación física, funcional y emocional a los cambios de vida -desde la alimentación, cirugías, ostomía o a la agenda médica-; la gestión de las emociones -ansiedad, depresión, estrés, miedo-, de las pérdidas y del dolor; el mantenimiento de la calidad de vida; la prevención y afrontamiento de los síntomas secundarios -cambios digestivos, insomnio, fatiga-; manejo del ‘deterioro’ cognitivo -niebla mental, lagunas de memoria, problemas de concentración-; mantenimiento de la actividad diaria y la motivación; así como la mejora de la comunicación y las relaciones con cuidadores, seres queridos, profesionales sanitarios y, “sobre todo, consigo mismo”, y siempre desde un enfoque profesional individualizado para cada paciente. Raquel Serrano

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