Anna Lluch, experta en cáncer de mama: “El sistema público de salud se decide en las urnas”

Reconocida por sus colegas como la mayor experta de España en este campo e incluida entre los 100 mejores médicos del mundo, según ‘Forbes’, defiende la precisión del diagnóstico para la eficacia del tratamiento, la biopsia líquida y la humanización del trato con las pacientes. En España se diagnostican 37.000 cánceres de pecho al año. Anna tiene más de 10.000 pacientes en el mundo.

Anna Lluch (73 años) da cita en el Hospital Clínico de Valencia a las 9.30. “Te da tiempo a llegar desde Madrid, yo también llego entonces. En el AVE se descansa”. En la sala de espera, una joven exclama: “¡Anna!”. Se va y se escucha la risueña y profunda voz de la oncóloga. Me asomo para comprobar que es ella y veo que se abrazan. Cuando empezamos a hablar, advierte de que a veces le cuesta encontrar las palabras: “Es la edad. Rodeo y al final sale”. También asegura que no ha sentido sexismo. “Aunque mi jefe me llegó a decir: ‘A ti no te cuento como mujer”, apunta.

En 1978 sí se instaló con usted en una caravana, junto al lago de Como, en Italia.

Fui a Milán a aprender a biopsiar tumores. Si tus células tumorales tienen receptores para estrógenos, las hormonas los bloquean y no estimulan el crecimiento tumoral. Mis hijos lo recuerdan como una aventura.

¿Alguno es médico?

No. Vicent hace documentales. Joan ha estado en ONG en Colombia, Líbano y Nicaragua. Mis nietos nacieron allí.

¿Y cómo lo llevó?

Bien. Yo lo de la madre que llora porque no tiene al hijo cerca…, no. Me importa que sean felices. Anna es ayudante de dirección. Está haciendo una película en Galicia.

O sea, que se ven en Navidad.

Pues casi. Ella es farandulera. Le gusta lo de las birras y salir por ahí, y, fíjate, su pareja es investigador. Se llevan fenomenal.

¿Lo de las birras le preocupa? En el documental Crónica médica recuerda cuando sus compañeros de facultad se tomaban una y pensaba: “En el pueblo ahora están todos trabajando”. ¿No se toma nunca una?

Me cuesta coger tiempo para mí. No pienso en otra forma de disfrute que mi trabajo. Alguna vez hago el vago: si por la tarde no tengo urgencias ni nada que bajarme de internet, me quedo pensando.

¿Ha sentido que molestaba por seguir trabajando sin cobrar?

Nadie me lo ha dicho. Pero he dejado de meterme en temas de organización. Veo pacientes y sigo los proyectos de investigación con Juanmi Cejalvo. Para que esto funcione, es tan básica la señora que limpia como yo. Por eso hacía cenas para todos. Es fundamental saber cuidar.

¿Dónde lo aprendió? No parece que su madre fuera cuidadora.

No lo era. Soy hija de valenciano y madrileña. Eran jornaleros. Mi madre decía que estudiar medicina era para gente con dinero. Y me apagaba la luz. Tenía que poner toallas bajo la puerta para que no viera que la tenía encendida.

¿Nunca la aplaudió?

Nunca. Cuando le contaba que sacaba buenas notas, decía: “Faltaría, con lo que estudias”. Yo no soy así. Necesito cuidar.

Anna Lluch, retratada en el Hospital Clínico de Valencia, donde fue jefa de hematología y oncología médica.

¿No ha tenido necesidad de hacer algo más allá de su profesión?

Sí. Fui dos veranos a Mozambique, con Lola Sala, directora de Salud Pública. Pensábamos educar en la prevención, y nos dimos cuenta de que el cáncer de mama no era la prioridad, sino las enfermedades infecciosas. De modo que llevamos cubos de agua y lejía al hospital de día, lleno de moscas, para enseñar a desinfectarlo.

Le pregunto si no le interesa otra cosa y cuenta esto.

Quizá la obsesión por el trabajo la he heredado de mis padres. Mis hijos me llamaban calvinista porque no les dejaba ver televisión.

¿Ha sentido que los descuidaba?

Algunas veces. Nunca me lo han dicho. He tenido un marido-madre, dedicado a ellos. Y las vacaciones eran intocables.

Intocables, pero aprendió a biopsiar en verano. Y con lo pragmática que es, tuvo hijos antes de terminar Medicina.

Siempre pienso que voy a poder. Pero, claro, pasa lo que pasa. No soy serena. Mi marido, sí.

¿El estrés no es una causa del cáncer?

Está estudiado que produce alteración hormonal. Pero creo que a mí me da vida. Aunque he tenido depresión y cefaleas.

¿Tiene una relación personal con el cáncer?

Mi marido ha tenido de próstata.

¿A qué se dedica?

Es ingeniero agrónomo. Siempre ha estado en La Unió de Llauradors i Ramaders.

¿Aprendió de él la implicación social?

No. Mi padre estuvo en la cárcel tres años por rojo. Nunca habló del tema. Pero temía que me metiera en política. Mis compañeros y yo luchábamos para que todos los hospitales fueran universitarios. Eso quiere decir que se investiga donde se cura. Es esencial.

¿Por qué los hombres con cáncer de próstata no llevan lacitos azules?

Porque no han vencido el pudor de manifestarlo para avisar de que se hagan las revisiones.

¿Ayuda mucho y no se deja ayudar?

Tengo claro que eso es un tipo de patología. No cuento ni los problemas ni los premios. Mi marido me riñe. Tres o cuatro veces he pedido ayuda al psiquiatra, que me aconseja que hable. Pero me cuesta. Pienso que es tiempo que le quito a otra persona.

¿Cuándo desconecta?

Hasta las dos de la madrugada estudio en internet. La suerte es que mi marido se duerme pronto. Si veo una película, me siento mal. Solo justifico las que me enseñan cosas.

Fue médico de familia en Loriguilla. ¿Ha echado en falta esa tranquilidad?

Sí. Estaba embarazada de mi segundo hijo. Me encantaría ser médico de pueblo. Hoy en el ascensor me he fijado en una mujer mayor y he pensado que me gustaría ser médico de control de síntomas: no necesita venir aquí y hacer colas. Necesita otra cosa.

¿Ha mantenido la cercanía de un médico rural con sus pacientes?

La he reivindicado. Vale la pena llevarse todo esto a casa. Te hace sentir vivo. No tienes que pensar en lo que tienen tus pacientes, tienes que pensar en cómo les puedes ayudar. Eso te motiva. Quizá me considero demasiado ayudadora, pero acompañar en el proceso de centrarse en lo positivo es motivador. Ante una paciente que no está bien, miro sus manos. Pienso que en pocos días no estará. Y las cojo, las toco. Guardo todos los recuerdos que me dan y de vez en cuando los saco y los miro: este bordado de punto de cruz me lo hizo fulanita, este pañuelo… Me han regalado barbaridades porque la gente es muy agradecida. Tengo una caja en un banco con las cosas que valen dinero. Pagamos 1.200 euros al año por ella. Mi marido me riñe, dice que lo subastemos y demos el dinero para investigación. Pero no puedo. Me ligo a eso.

¿Recuerda a las 10.000 pacientes que tiene?

En el móvil las tengo a casi todas con una Z delante. Saben que contesto según la urgencia que doy a lo que explican.

¿Los casos duros no le quitan felicidad?

Me niego a decir cuánto tiempo queda porque no lo sé. Hoy podemos intentar hasta 10 quimios distintas. Hay nuevos tratamientos cada año. Cuando aparece una paciente con HER2, yo le doy la enhorabuena. En mama, antes los tumores de origen hormonal se consideraban los más fáciles. Solo tienes que tomar una pastilla. Pero es una pastilla que arrasa tu vida sexual. Comparado con morirse no es nada. Pero sucede.

Reivindica la enfermera gestora.

Una profesional a la que los pacientes que entran en ensayos clínicos tengan acceso directo. Les comunican los cambios y la enfermera advierte, ayuda y, si es necesario, hace de puente con el oncólogo para que el médico pueda abarcar más.

“Diagnosticar un cáncer de mama sin especificar la composición de los tumores es como no decir nada”.

Para los tratamientos hay que conocer biológicamente los tumores. La equidad no hay que buscarla en el tratamiento, sino en el diagnóstico. En Milán aprendí la técnica para biopsiar receptores hormonales y lo prediqué en Alcoi, Vinaròs… Los cirujanos me enviaban al banco de sangre un vasito con hielo y el tumor dentro del guante de plástico que habían utilizado durante la operación. Así empecé. Y también predicaba en los privados porque si no me llegaban las pacientes cuando ya estaban mal.

Cobrar de un enfermo y cuando se complica redirigirlo a la sanidad pública, ¿no debería estar penado?

Los hospitales privados siempre ganan. Con los fármacos nuevos nos envían pacientes porque ellos no pueden pagarlos.

¿Qué hacer?

Votar a los partidos que destinan más dinero a la sanidad pública.

En España se diagnostican 37.000 cánceres de pecho al año.

Cada vez más, pero ha disminuido la mortalidad.

Aun así, un 15%, unas 6.500, mueren.

Pero ahora la media de supervivencia en las metástasis está en 56-60 meses. Hace tres años estaba en 18-20 meses.

Los resultados ¿de qué dependen?

Hemos pasado de que lo más importante fuera el tamaño a que lo fundamental sea el tipo biológico que se detecta con estudios moleculares y cuándo se detecta. Cuando estudiaba parecía que las células solo tenían núcleo, citoplasma, ribosomas y pared-membrana. Hoy son una encrucijada de señales. No se puede decir que un tumor es bueno o malo. Necesitamos conocer los atributos de las células para que progrese la curación. Por eso defiendo que es más importante el diagnóstico que el tratamiento. No todos los hospitales pequeños deben hacer análisis moleculares. Debería centralizarse en los grandes, y los pequeños deberían remitirles tumores, no pacientes.

¿Ponen por delante la reputación del hospital a la curación de las pacientes?

Me temo que sí. Estamos intentando que los gobiernos establezcan redes de tecnologías, el problema es que todos quieren ser la Clínica Mayo. A los hospitales pequeños, el de Benicarló o el de Vinaroz, les cuesta confiar en patólogos con más medios.

Habla del empoderamiento de las pacientes para pedir sus tumores.

No permito que venga nadie diagnosticada en otro sitio si no me trae una muestra de su tumor. Para poder analizar en profundidad su naturaleza. Un paciente tiene derecho por ley a solicitarlo. El BOE lo explica: los laboratorios son guardianes.

Es partidaria del registro de esos tumores.

Solo hay en Navarra, Castellón y Tarragona. Si los profesionales no volcamos los datos en un registro nacional, no sabemos qué tumores tenemos ni dónde se dan. Sin esa información epidemiológica no podemos planificar la sanidad con acierto.

En Japón casi no hay cánceres de mama.

Ni en Chinatown, dentro de Manhattan. Eso indica una relación entre la alimentación y los tumores.

¿Por qué se van de España tantos médicos formados aquí?

Si hay pocos médicos y muchos turnos, se queman. Eso no se soluciona con voluntarismo, sino con voluntad política. El sistema público de salud se decide en las urnas. Dicho eso, nos falla la formación tecnológica. Hay que mezclar laboratorio y pacientes.

¿Todos los pacientes tienen derecho a una segunda opinión?

Sí. Incluso fuera de su comunidad. Aunque es más difícil en algunas que en otras.

¿Ha tenido problemas políticos?

Jamás. Ni cuando ganaba el PP. Me ha tocado luchar por algunos medicamentos nuevos, pero igual con unos que con otros. Debería poderse poner la sanidad por encima de la política a escala nacional.

Pide un registro nacional de tumores y defiende la sanidad como competencia autonómica.

Las políticas deben ser nacionales. La decisión sobre vacunas se tomó así. Pero necesitamos cercanía para hablar. He defendido que los oncólogos de los hospitales que dependen de este vinieran a los comités de tumores y que entre todos diagnosticáramos. Los comités son el fruto de la interdisciplinariedad. Las nuevas tecnologías deberían ayudar a compartir información.

¿No hay que ir a Houston para intentar curarse?

Rotundamente no. Los tratamientos de allí pueden existir aquí. No me gusta perpetuar falsos mitos del cáncer. Ni utilizar términos bélicos. No se lucha contra el cáncer, se intenta parar. Los nuevos fármacos no son misiles, son curas certeras, fruto de la investigación.

Hoy en Europa se diagnostican 50.000 cánceres de mama al año en menores de 40 años. ¿Adelantaría las revisiones?

No tenemos un método de screening fiable para mujeres jóvenes. Sus glándulas mamarias son muy densas y no permiten ver los tumores. Tendríamos que hacer mamografía, ecografía y resonancia, y la resonancia detecta falsos positivos. Estaríamos todo el día biopsiando. Es mejor revisar autoexplorando. La tecnología se debe usar cuando es necesaria. La cantidad de mastectomías que se hacen por culpa de la resonancia cuando los cirujanos ven manchitas cerca de donde está el tumor es enorme porque todavía no hay un método eficaz para biopsiar a través de resonancia.

¿Es algo parecido al exceso de cesáreas?

Exacto.

¿Se hacen más mastectomías de las necesarias?

Lo que aparece en la resonancia a veces no se encuentra. Ante la duda, algunos cirujanos optan por mastectomía y reposición de prótesis. Y con las prótesis pasa lo que pasa. Detrás de las prótesis encontramos cánceres de mama.

¿Qué aconseja entonces?

Analizar los tumores. Partir de la información. Y para una mastectomía, reconstrucción con tejido de la propia paciente de la grasa del abdomen o de la espalda. Queda una cicatriz que tarda años en ser estética. Pero tendría que haber un plazo para las reconstrucciones. No lo hay porque dependen de los cirujanos plásticos. En oncología, los plásticos se han convertido en un problema.

¿Se diagnosticó tarde durante la covid?

Mucha gente tenía miedo a venir al hospital. Se descuidaron revisiones, pero el hospital estaba preparado.

¿Cuál es hoy su reto?

La biopsia líquida informa antes de que el tumor aparezca en el tac. Comprueba si en la sangre hay células tumorales. Adelanta el diagnóstico. Es el futuro.

La revista Forbes la colocó entre los 100 mejores médicos del mundo.

La oncología no se debe medir con índices económicos.

¿Cuál ha sido su relación con el dinero?

Vengo de una familia con poco y, cuando lo he tenido, he intentado compartirlo. Pero nunca mucho, porque no he tenido nunca consulta privada.

¿Es optimista?

Tenemos que desechar que cáncer es igual a muerte. No lo es. En el mundo hay una semilla de bondad, pero rara vez la dejamos crecer. Anatxu Zabalbeascoa

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